Anita Ekberg: la inmortal diosa de la fuente que tuvo un gran amor clandestino al que jamás pudo olvidar

Anita Ekberg: la inmortal diosa de la fuente que tuvo un gran amor clandestino al que jamás pudo olvidar
Bettmann

En La strada, Federico Fellini inmortalizaba el rostro de quien fuera su esposa, Giulietta Masina, como quien filma el abandono y, al mismo tiempo, el rabioso anhelo de la protagonista, Gelsomina, por ser vista, amada, percibida en un entorno en ruinas. La expresividad de Masina, esa mirada tan ingenua, tan inolvidable, fue registrada por la cámara del cineasta italiano como quien capta un suspiro. Seis años más tarde, con La dolce vita, entraba otra mujer en escena, también para ser inmortalizada, pero ya con el realizador manejando otro tono.

Anita Ekberg, una de las actrices fetiches de Federico Fellini, en un film emblemático del catálogo de Criterion
Anita Ekberg, una de las actrices fetiches de Federico Fellini, en la emblemática La dolce vita.

La estrella en ese caso era Sylvia -Gelsomina posiblemente no hubiese querido serlo nunca-, una verdadera diva del cine que deslumbraba al periodista Marcello Rubini (Marcello Mastroianni) al bañarse en la Fontana di Trevi e invitarlo a una suerte de baile coreografiado en el que él acerca sus manos a su rostro pero no se atreve a tocarlo. Como si Fellini estuviera diciendo que Sylvia era una aparición a punto de disolverse, el símbolo de un instante efímero tan críptico como el final de esa película memorable como la actriz que personificó a esa celebridad: la intérprete sueca Anita Ekberg.

Anita, la sexta de ocho hermanos, viajó a comienzos de los 50 a los Estados Unidos tras haber trabajado como modelo en Malmö, su ciudad natal. Al poco tiempo tuvo que acostumbrarse a los motes que la despojaban de identidad propia. “La Marilyn Monroe de Paramount” fue uno de ellos, el famoso “gancho” para que los espectadores vieran sus trabajos en films como Artistas y modelos y Locos por Anita, ambos junto a Jerry Lewis y Dean Martin, y en Guerra y paz, dirigida por King Vidor, donde trabajó con Audrey Hepburn y Henry Fonda.

Ekberg también fue figura de Universal y de RKO, y su colaboración con Fellini no nació y murió en La dolce vita. Anita también fue parte de Boccaccio 70 -más precisamente del episodio Las tentaciones del doctor Antonio- y de Los clowns, obra con la que Fellini mostraba una vez más, aunque con otro lenguaje, su amor por el circo y los artistas trashumantes. El último largometraje importante de Ekberg fue Bámbola, del español Bigas Luna. Años antes, había sido considerada para ser la chica Bond de Dr. No, papel que terminó cayendo en manos de Ursula Andress.

Anita Ekberg posando para las cámaras en Roma
Anita Ekberg posando para las cámaras en Roma (ANSA/).

En una de sus últimas entrevistas, Ekberg recordaba su sinuosa carrera, asegurando que no siempre se esforzó lo suficiente para obtener los roles que quería. La vida de Hollywood pudo con ella. Sin embargo, no compartía ésto lamentándose, sino haciéndose eco de ese modo de comportarse propio de una juventud a la que tampoco rememoraba con recelo. “ No me interesan las cirugías, pienso que cada edad tiene su propio encanto, siempre se trata de vivir la vida al máximo y la edad te la marca tu mente. ¿Qué es hacerse viejo? Yo no creo estar en ese camino, mi cabeza ve todo tan claro como cuando tenía 20″, le manifestaba a la publicación The Irish Examiner.

En la misma entrevista, publicada en 2013, dos años antes de su muerte, Ekberg sí dejaba entrever cierta nostalgia cuando pensaba en Fellini y en los grandes cineastas de las (viejas) nuevas olas. “Ahora no hay actrices que se puedan comparar con las de mi época, todo es completamente diferente, las películas se ven por Internet, todo cambió tanto ”, expresaba. En efecto, la imagen que proyectaba una diva o starlette se detuvo en ese momento en el tiempo, inmaculada como el fotograma de su cabello rubio rodeado por el agua.

Los amores que trascendieron y el que no olvido jamás

Anita con su primer marido, Anthony Steel, un año después de contraer matrimonio; la pareja permaneció junta por solo tres años
Anita con su primer marido, Anthony Steel, un año después de contraer matrimonio; la pareja permaneció junta por solo tres años (Hulton Archive/).

La vida romántica de Anita parece haber estado escindida como la estructura episódica del film por el que siempre se la recordará. Por un lado, están los actores con los que fue vinculada, entre ellos, Errol Flynn, Yul Brynner, Gary Cooper, Rod Taylor, Tyrone Power, y Frank Sinatra, a quien la unió el mito de una propuesta de matrimonio fallida.

Por otro lado, Ekberg se casó en dos oportunidades, en ambos casos con dos actores. En 1956 contrajo matrimonio con Anthony Steel, de quien se divorció tres años más tarde. “Era un alcohólico de renombre”, dijo Anita. Luego, en 1963, se casó con el actor y guionista Rik Van Nutter. Poco más de una década después, ambos decidieron disolver el vínculo. La actriz no tuvo hijos, y siempre experimentó sentimientos encontrados respecto a esa decisión. En ocasiones declaraba que nunca quiso ser madre, mientras que en otras afirmaba lo contrario, fiel a su naturaleza indescifrable.

Anita Ekberg y su segundo marido, Rik Van Nutter, en 1963, año en el que se casaron
Anita Ekberg y su segundo marido, Rik Van Nutter, en 1963, año en el que se casaron (REPORTERS ASSOCIES/).

Lo que no fue un enigma fue su amor por el magnate de FIAT, Gianni Agnelli, el aristócrata italiano fallecido en 2003. En una entrevista que le brindó al diario italiano La Repubblica, “la diva de la fuente” decidió contar que Gianni fue el único hombre al que amó. “El único verdadero amor de mi amarga ‘dolce vita’”, fueron sus palabras exactas. Agnelli estaba casado cuando conoció a Ekberg.

“La relación duró mucho más de lo que se podía pensar, nadie creía en ella, su mujer pensaba que era una aventura, pero quizá no llegamos a dejarlo nunca”. Asimismo, Anita aseguró que Gianni era el italiano que una chica como ella quería tener, y destacó las cualidades que la enamoraron. “Era inteligente, irónico, y activo”, sintetizó. “Estábamos ya juntos cuando rodé la escena de la Fontana. No ha habido nunca ninguno como él en mi vida, ni antes ni después”, subrayó, y recordó el último momento en que lo vio. “Cuando le comunicaron la muerte de su hijo por teléfono”, evocó con tristeza la actriz, en relación a la muerte de Edoardo Agnelli en el año 2000.

Mastroianni, Fellini y los últimos años

Marcello Mastroianni y Anita Ekberg en la famosa escena de la Fontana di Trevi de La dolce vita
Marcello Mastroianni y Anita Ekberg en la famosa escena de la Fontana di Trevi de La dolce vita (-/).

Si bien Fellini se pronució respecto a una posible relación efímera de Anita con Marcello Mastroianni, ella nunca lo confirmó. Por el contrario, sí desmintió categóricamente un romance con el cineasta que llegó a describirla como “un regalo de Dios digno de adoración”.

“Él fue el mejor director de cine de todos los tiempos, pero no lo hubiese mirado ni dos veces como hombre”, sentenció, añadiendo que a Fellini la unía una amistad muy profunda que despertó la desconfianza de su esposa. “Cuando él murió [el 31 de octubre de 1993], llamé a Giulietta para darle mis condolencias y limpiar el panorama, porque ella estaba celosa y pensaba que habíamos tenido algo, tardó años en entender que no, pero ese día me creyó y luego nos hicimos muy amigas”, contó Ekberg sobre la actriz de Las noches de Cabiria, quien murió cinco meses después del fallecimiento de su esposo.

Federico Fellini
Federico Fellini en el rodaje de La dolce vita.

Cuando cumplió 80, Ekberg sufrió una fractura de cadera por la que debió ser hospitalizada. En ese momento, su residencia fue asaltada y debió pedir asistencia a la fundanción Fellini, y vivir en una casa de retiro por orden de un juez. “ ¿Usted quiere saber si me siento sola?”, desafiaba entonces a un periodista del diario Corriere della Sera. “Sí, un poco sí. He amado, he llorado; gané y perdí. Llegué a enloquecer de felicidad. Pero no tengo marido, no tengo hijos, y esa monjita que entró antes de usted ya es una de mis mejores amigas ”. En 2013, cuando habló con The Irish Examiner, contó que estaba pasando sus días en Genzano, cerca de Roma, con sus dos perros como única compañía. El 11 de enero de 2015, a los 83 años, murió en el municipio italiano Rocca di Papa por complicaciones de una enfermedad. En 2009 ya había sido internada por una afección.

Sus últimas palabras para el periódico que la encontró en una silla de ruedas en una exposición en Ámsterdam dedicada a Federico Fellini siguen resonando con fuerza: “Pienso en mi vida, con lo bueno y lo malo, y no me arrepiento de nada”.

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