Artrosis: los signos menos conocidos de la enfermedad asociada al dolor articular
Cuando escuchamos la palabra artrosis, la asociamos inmediatamente con los ancianos y las personas que tienen limitación de movimientos y no pueden llevar una vida activa. Pero esta enfermedad degenerativa que afecta a las articulaciones, también llamada 'osteoartrosis de inicio temprano', suele comenzar entre los 40 y los 60 años, pero también puede ocurrir a los 20 u 80 años.
Se produce cuando el cartílago protector que amortigua los extremos de los huesos se desgasta con el paso del tiempo, y esto suele afectar a las articulaciones, especialmente las manos, las rodillas, las caderas, el cuello y la parte inferior de la espalda. Si bien es irreversible, hay tratamientos para lidiar con los síntomas que permiten tener una vida saludable y hacer actividad física.
Las primeras articulaciones afectadas suelen ser las muñecas, las articulaciones metacarpofalángicas (entre la palma de la mano y los dedos) y las interfalángicas (entre los dedos). Lo más importante para alguien que comienza a tener dolor en las muñecas y las manos es consultar rápidamente a su médico de cabecera.
A partir de los 40, algunas personas pueden empezar a sentir que sus manos se vuelven rígidas, además de experimentar dolores en sus rodillas cuando intentan ponerse de pie. Son los primeros indicios de artrosis que incluyen dolor articular, limitación de los movimientos, crujidos y, en algunas ocasiones, el derrame articular. Además, algunas personas pueden presentar rigidez y deformidad articular.
Al principio casi siempre le quitan hierro al asunto y suelen pensar que aún son demasiado jóvenes para tener artrosis porque cuando escuchas esa palabra la asocias a gente de la tercera edad que no puede moverse o que no puede vivir de manera activa. Pero si bien antes se asociaba la artrosis casi exclusivamente con el envejecimiento, los avances en el conocimiento de los mecanismos que pueden producirla han llevado a descartar la edad como única causa.
Pero hay algo que marca la diferencia: los dolores aparecen por la noche y pueden hacer que te despiertes. Además también tienen la particularidad de que son más intensos por la mañana.
Es más, el entumecimiento y rigidez de las articulaciones hace que al despertarse estén rígidas y necesites “desoxidarlas” durante al menos media hora. Además, los dolores van asociados a fiebre, pérdida de peso, fatiga o anemia. Unas manifestaciones poco conocidas y que casi nadie asocia a la artrosis.
Por otro lado, es importante saber que esta enfermedad degenerativa progresa a través de ataques, intercalados con remisiones más o menos completas. Es decir, la artrosis aparece y desaparece, pero si la enfermedad no se trata, puede extenderse a otras articulaciones. Y a medida que avanza, las articulaciones acaban deformándose.
Los dedos se desvían hacia un lado y se doblan sobre sí mismos (por ejemplo, el pulgar se deforma en una "Z"). Los pies pueden verse afectados, con un antepié plano y luego redondeado, y con la aparición de callos y durezas.
Poco a poco, los gestos de la vida cotidiana se vuelven más difíciles de realizar debido a estos condicionantes, y como señalábamos antes: la fatiga, el cansancio o la pérdida del apetito acompañan a menudo al dolor ocasionado por la artrosis. Sin embargo, la gente desconoce que la desgana o la falta de energía podría estar provocada por esta enfermedad degenerativa, ya que son síntomas comunes relacionados con muchos otros problemas de salud como la anemia.
Por eso, ante la presencia de dolor o hinchazón en las articulaciones, considerados como un síntoma clásico de artrosis, se debe consultar al médico. Incluso si el dolor se pasa o los episodios han sido muy espaciados en el tiempo. Y es que debemos tener presente que esta enfermedad no para (incluso cuando no hay ataques), y que el tratamiento es más efectivo si se inicia en una etapa temprana.
Además, la artrosis no sólo causa dolor, sino que está asociada a otras patologías como la diabetes, las enfermedades cardiovasculares o la hipertensión, entre otras. Una mala evolución de la artrosis puede llevar a falta de movilidad incapacitando a los pacientes para realizar las tareas más cotidianas como vestirse, ducharse, lavarse los dientes o conducir debido a las molestias que ocasiona. Además, las personas con artrosis, sobre todo las mujeres tienen más riesgo de sufrir otras patologías como ansiedad o depresión que las que no la padecen.
Por eso los médicos nos animan a escuchar al cuerpo como una medida de autocuidado e insisten en que prestemos atención al conjunto de señales y no nos quedemos en los obvio (que este caso sería el dolor y chasquidos de articulaciones), ya que en algunos casos, las manifestaciones de la artrosis pueden ser diferentes, tal y como recoge este artículo elaborado por un equipo de reumatólogos de los laboratorios Lilly. Los dolores de la artrosis pueden ir acompañados de:
Fiebre: cuando hay episodios de fiebre superior a 38,5°C hablaríamos de 'poliartritis aguda febril'.
Dolores intensos en zonas poco habituales, no relacionadas con los articulaciones. Este síntoma se conoce en el argot médico como un 'ataque rizomélico': que afecta principalmente a los hombros y la pelvis, y a personas mayores de 65 años.
Mono-artritis: un variedad de artrosis que se da cuando la enfermedad solo se presenta en una articulación. Por ejemplo, en una muñeca o una rodilla concreta.
Bultos o malformaciones. Cuando hay presencia de nódulos reumatoides o bultos en el codo o en los dedos.
Síndrome 'seco', también llamado síndrome de 'Gougerot-Sjögren', que consiste en la sequedad de boca y ojos.
No se trata de hacer un autodiagnóstico sino de entender que, al principio, las enfermedades comunes como la artrosis (con más de 300 millones de pacientes en todo el mundo) tienen síntomas clásicos tan leves que solemos ignorarlos y que, además, podemos confundir fácilmente con otros problemas de salud. Es en ese momento cuando debemos consultar a nuestro médico y decirle si además, hemos notado alguna otra cosa, aunque nos parezca algo absurdo de contar o creamos que no tiene nada que ver. Cuanto más información facilitemos al médico mejor.
Las pruebas que ayudan al especialista a completar el diagnóstico son la radiografía, la ecografía de alta resolución, la tomografía computarizada (TC) y la resonancia magnética cuando el médico tenga dudas sobre el origen del proceso o esté estudiando de forma complementaria otros problemas.
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