Abraza tu lado oscuro
Desde que somos niños nos han acostumbrado a dividir el mundo en dos polos: bueno/malo, masculino/femenino, luz/sombra, negro/blanco, cuerpo/alma, etc. Esa división se ha metido hasta lo más profundo de nuestro ser, tanto así que cuando hablamos de nosotros mismos, damos por hecho que tenemos un lado oscuro y un lado luminoso. Y más allá: nos han hecho pensar que nuestro lado oscuro es motivo de vergüenza, que uno debería ocultarlo para ser aceptado. Paradójicamente, cuando algo se mantiene escondido, se transforma en una amenaza latente que no nos permite libremente.
El psicoanalista jungiano Robert Johnson señala que todos tenemos una parte de nuestro yo que ha sido negada o escondida en un rincón de la psique. Esas cualidades no están “dormidas” o “desactivadas” como un objeto en un cajón, sino que adquieren vida propia. Al igual que un niño que es sistemáticamente ignorado, o como un perro al que sus dueños nunca sacan a pasear, estas cualidades se manifiestan de manera descontrolada cuando menos lo pensamos, tomando la forma de ataques de pánico o de ira. Es ahí cuando la gente piensa: “no sé lo que me pasó, estaba fuera de mí”.
Explorar qué hay detrás de nuestras obsesiones y nuestros miedos no es un ejercicio que uno desee hacer en su día libre; el autoconocimiento y la autoaceptación no son prácticas que estén integradas a nuestra cultura. Más bien, se nos han enseñado a sentir vergüenza por ser como somos. Esa falta de aceptación nos juega en contra, porque cuando llegan la ansiedad, el fracaso y la preocupación, no sabemos de dónde vienen.
Al negar nuestro "lado oscuro" evadimos parte de nuestra responsabilidad y asumimos que los otros son responsables absolutos de lo que nos ocurre. En realidad, negar nuestras cualidades menos “luminosas” pone de manifiesto el miedo a ser ignorado o rechazado por los demás. Pero, ¿qué pasaría si empezáramos por aceptarnos nosotros mismos?
Imaginemos un niño que, sin preguntarle a nadie, toma un juguete de una caja. El niño está educado para pedir permiso por cada uno de sus actos, y como en esta ocasión no lo hizo, su reacción es ocultar el juguete detrás de la espalda. Alguien lo mira y le pregunta: “¿que llevas escondido ahí, un juguete?”. El niño se siente expuesto y lo niega hasta las lágrimas. ¿Por qué esconderlo, acaso hay algo de malo en que el pequeño haya tomado el juguete? Si el niño se siente avergonzado es porque le han enseñado que los otros tienen que autorizar o legitimar cada uno de sus actos.
Eso mismo ocurre cuando negamos una parte de nosotros mismos. Pasamos toda nuestra vida negando nuestras carencias y obsesiones, porque nos han enseñado a sentir vergüenza de nuestra "sombra" en lugar de entenderla, asumirla sin juzgarla y ponerla a funcionar a nuestro favor.
Abrazar nuestra sombra nos libera del juicio de los demás. Una vez que la asumimos, nada ni nadie puede hacernos sentir vergüenza por ser como somos. Incluso deja de ser una sombra y se convierte en una herramienta, porque esas cualidades tienen una función importante en nuestra vida. Por ejemplo, la agresividad nos permite defendernos y mantenernos vivos, pero si no la reconocemos y aprendemos a utilizarla, se convierte en violencia, provocando dolor y destrucción. Sea cual sea su manifestación, se trata de la misma fuerza vital. Cuando la aceptamos, nos damos la oportunidad de entenderla y de integrarla a la vida diaria; ya no tenemos que andar escondiéndonos de nadie y tampoco buscando la aprobación de los demás, porque estamos construyendo dignidad, valor y libertad desde nosotros mismos.
Es más, ni siquiera hay una división real entre nuestro lado “bueno” y nuestro lado “malo”, ese pensamiento solo refuerza la idea de que estamos divididos, y como dice el dicho: "divide y vencerás", en otras palabras, "si estás dividido, serás vencido". Somos una sola entidad, cada vez que actuamos, lo hacemos con todo lo que somos, aunque no lo reconozcamos. Dejar de pensarnos divididos entre un lado bueno y malo o luminoso y oscuro nos trae serenidad.
Si te choca, te checa
La primera vez que escuché ese dicho me cayó como un plomo en el hígado, pues me hizo darme cuenta de que los demás son como un espejo y que las actitudes que yo rechazaba en los otros eran las que no me atrevía a aceptar de mí misma. Curiosamente, pasa lo mismo con la admiración. Las cualidades que vemos en otros (ni buenas ni malas, ni oscuras ni luminosas) también yacen en nuestro interior, sólo tenemos que prestarles atención, reconocerlas y empezar a trabajar con ellas sin juzgarlas.
El proceso es doloroso, es el lugar en el que muchos estamos atorados ahora mismo, pero el esfuerzo vale la pena porque abrazar nuestro lado oscuro nos transforma, nos unifica, nos hace ver que somos un cúmulo de fuerzas y deseos que toman forma a través de las acciones y las decisiones.
Twitter: @luzaenlinea
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