Mi interpretación no es 'La Verdad'

“No me ha llamado, seguramente se está escondiendo de mí.” “Estoy seguro de que Fulanito se comportó así porque nos tiene envidia.” ¿Les suena conocido? Este tipo de pensamientos son recurrentes en la vida de muchas personas. Buena parte de nuestro tiempo mental está dedicado a hacer interpretaciones sobre el por qué de los hechos y o a elaborar especulaciones acerca del comportamiento, el pensamiento o las reacciones de los demás. Esa actividad mental es parte de la naturaleza humana, sin embargo, cuando olvidamos que son interpretaciones y las asumimos como la verdad, se convierte en un problema.

Pasamos mucho tiempo haciendo interpretaciones y casi siempre las damos por ciertas / Foto: Thinkstock
Pasamos mucho tiempo haciendo interpretaciones y casi siempre las damos por ciertas / Foto: Thinkstock

Confieso que durante años llegué a asumir muchas de mis especulaciones como La Verdad; sobre todo en momentos de incertidumbre, creía lo que mi mente decía sin cuestionarlo. Hasta que entendí que esos pensamientos eran producto de mis miedos, mis fantasías y mis experiencias pasadas, pero no tenían mucho que ver con la realidad. Casi arbitrariamente, asumía que el evento X había ocurrido por el motivo Y; pocas veces basaba esa decisión en una comprobación específica para esa situación, simplemente, decidía creerlo porque eso era lo que me convenía creer y estaba dispuesta a defenderlo como si fuera la verdad.

La capcidad de interpretación es solo una herramienta y debemos entenderla como tal / Foto: Thinkstock
La capcidad de interpretación es solo una herramienta y debemos entenderla como tal / Foto: Thinkstock

Ya intuía cómo funcionaba eso de la especulación (uno puede llegar a obsesionarse con ciclos de pensamiento cuando está furioso o temeroso), pero no había comprendido el funcionamiento completo hasta hace algunos días, cuando dos personas “aplicaron” el mecanismo ante mi comportamiento. Asumieron que mis actitudes y mis actos correspondían a ciertos motivos (imaginados por ellos); por supuesto, eran los motivos que les convenía creer.

Ahora tengo muy clara la lección. Asumir nuestras interpretaciones como verdades puede provocar rupturas irreparables. Por ejemplo: un hombre, a partir de sus miedos y sus inseguridades, interpreta que el comportamiento de su mujer corresponde al de una infidelidad, asume esa interpretación como verdadera y acusa a su mujer con tal convicción que destruye el amor que ella le tenía. En otro contexto: un día, la nuera (o un líder político) interpreta un gesto de su suegra (otro líder político) como una manifestación de mala voluntad, y en lugar de aclararlo a través del diálogo (muestra de buena voluntad), asume que su interpretación es LA VERDAD e inicia un conflicto (una guerra) interminable.

Nos guste o no, la capacidad de interpretación es parte de la naturaleza humana porque es una forma de hacer propio aquello que comprendemos del mundo, de los demás o de nosotros mismos. Sin embargo, no es más que una herramienta, y como toda herramienta tiene un uso limitado. Lo expreso burdamente: un martillo será muy útil para clavar, pero no sirve para pulir madera.

Otra realidad difícil de reconocer: a veces el ego (el miedo, la ira) toma el control de nuestra mente, sobre todo cuando nos sentimos amenazados, cuestionados o rechazados. Y como es imposible apagar o prender nuestra herramienta especulativa, todo aquello que interpretamos viene impregnado de miedo. Sin embargo, como no somos conscientes de ello, nos convencemos de que eso que “vemos” es La Realidad.

Es difícil distinguir hasta qué punto nuestra versión de la realidad es una proyección de la subjetividad (eso que llamamos “mundo interior” y que está construido por todo lo que hemos heredado, generado y aprendido). Por eso es importante comprender que, aunque estamos en libertad de creer que nuestra interpretación es la verdad absoluta, su legitimidad es muy limitada y su veracidad no irá más allá de nuestro mundo personal. En otras palabras: si usamos nuestra interpretación como un parámetro de realidad para tomar decisiones, somos 100% responsables de ellas. Enojarnos, ofendernos, enamorarnos o alegrarnos por lo que alguien hizo será una decisión propia.

Pero ¿quién puede vivir así? Relacionarnos con el mundo, con los demás y con nosotros mismos sólo a partir de nuestras especulaciones es una forma de apartarnos, de alejarnos de la realidad y de crear problemas donde no los hay.  ¿Es posible romper con ese ciclo? Sí, pero exige un ejercicio de conciencia.

Cada vez que me descubro pensando “¿Por qué se alejó de mí? Quizás ya no me quiere, quizás fui egoísta...” me detengo. En lugar de tomar lo que pienso como una verdad, lo tomo como una revelación de mis propios miedos, carencias o excesos. Antes de decidir que sé algo sobre alguien que me importa, hago todo lo que sea necesario para salir de la trampa mental. Y si es posible, voy con esa persona y converso de buena fe.

@luzaenlinea

 

Tal vez te interese:

Ficción, un camino hacia la empatía

Permiso para sentir

¿Te mientes a ti mismo?