Oler el tiempo
El otro día, después de escribir un post sobre la nostalgia, me quedé dándole vueltas a un tema relacionado con la memoria —con el cual estoy obsesionada. Se trata de los aromas, su capacidad de transportarnos en el tiempo y el espacio, el poder que tienen de evocar emociones y recuerdos.
Para mí, todo lo que existe en el mundo tiene un olor asociado a su nombre. De hecho, no puedo saber si alguien o algo me gusta o me desagrada si antes no he capturado, analizado y vinculado su aroma con el recuerdo de una persona, una emoción o un lugar en el que haya estado. Este proceso ocurre en cuestión de segundos, pero es determinante para mi estado de ánimo o mi nivel de confianza. Supongo que a muchos de ustedes, en mayor o menor medida, les ocurrirá lo mismo; todos tenemos memoria olfativa, pero debido a que nuestra especie y nuestra cultura se han desarrollado en torno a lo visual, la exploración de los aromas ha quedado un poco en el olvido.
Existe una diferencia entre memoria olfativa y pensamiento olfativo. La memoria es inconsciente porque los recuerdos olfativos se construyen instintivamente, aun sin darnos cuenta, porque forma parte de nuestro equipo básico de supervivencia. El pensamiento, en cambio, es un ejercicio consciente, una acción voluntaria en la que intervienen todas nuestras inteligencias, sobre todo la emocional. Aprender a ejercitar el pensamiento olfativo me parece tan importante como nadar, andar en bicicleta, hacer cuentas o saber orientarse en un mapa. Porque estos aprendizajes vitales forman parte de la brújula orgánica que nos permite ubicarnos en los espacios e interactuar con distintas formas de la materia.
En los últimos años, los aromas se han vuelto una veta de conocimiento en los estudios cognitivos y las investigaciones de la neurobiología —sobre todo a partir del incremento del Alzheimer en los países del primer mundo—. De acuerdo con el Dr. Ken Heilman, neurólogo y psicólogo de la Universidad de Florida, "así como las palabras llegan a ciertas partes del cerebro, los aromas se ubican en la zona cerebral de las emociones y la memoria". Esto podría explicar por qué los recuerdos que detonan los olores nos hacen sentir nostálgicos y despiertan emociones, más que brindarnos información detallada o concreta. "Oler las cosas es recordar emociones", afirma Heilman.
Pero, ¿cómo es que estas sensaciones están conectadas con la memoria, cómo es que un aroma en particular despierta emociones o recuerdos?
Cuando un aroma entra en la nariz, viaja a través del nervio craneal hacia el bulbo olfativo, que ayuda al cerebro a procesar el aroma. El bulbo olfativo es parte del sistema límbico, el centro emocional del cerebro, de ahí que pueda conectarse con la amígdala, zona determinante para memoria emocional donde se generan los reflejos de supervivencia, como pelear o huir. El olfato tiene una fuerte conexión con la amídala, y el tipo de memorias que evoca son muy poderosas. Esta relación cercana entre el olfato y la amígdala es una de las razones por las que los olores despiertan en nosotros cierta nostalgia. Como cuando vamos al campo y recordamos las vacaciones de la infancia o cuando olemos un platillo que nos transporta a los días que pasábamos en casa de la abuela.
En entrevista para la cadena NBC, el Dr. Ron DeVere, miembro de la Academia Americana de Neurología, señala que casi no usamos el sentido del olfato para recordar porque conscientemente tratamos de enfocarnos en los detalles, no en los sentimientos. "Cuando sientes un aroma, quizás no lo identifiques, pero lo estás asociando a un recuerdo. Por ejemplo, la primera vez que oliste un pay de manzana, tal vez estabas en casa de tu abuela", indica DeVere. La relación del hipocampo con el sistema olfativo también juega un papel crucial en la construcción de la memoria; pero aunque interactúa con los centros cerebrales de las emociones y la memoria, no se conecta con otras regiones más desarrolladas. Sin embargo, esa conexión se puede ejercitar "externamente": al nombrar y describir un aroma, lo que hacemos es traerlo a la zona del lenguaje, y así se vuelve parte de nuestro vocabulario sensorial.
Dicen los expertos que este tipo de ejercicios refuerzan la memoria y mantienen joven al cerebro, pero yo creo que va más allá. Ejercitar el pensamiento olfativo enriquece las experiencias del presente y tiende un hilo que nos conecta con las vivencias del pasado; esta conexión nos afianza, de una forma sutil pero constante, en el aquí y ahora. Y eso, no me dejarán mentir, también es aprender a disfrutar la vida.
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