Brad Pitt y la película que cambió el rumbo después de exprimir su belleza al máximo
Brad Pitt no deja de generar titulares con su belleza. Lo hizo a los 26 años con Thelma & Louise y lo sigue haciendo ahora cuando está cerca de cumplir los 60. Y así lo demuestran sus apariciones públicas, como lo hizo su reciente paso por la final de Wimbledon, convirtiéndose en tema de conversación recurrente ante un mundo (celosamente) estupefacto a raíz del pacto amable que mantiene con el paso del tiempo. Sin embargo, tal vez no lo sepan, pero esa belleza natural no siempre fue su mejor aliada. En realidad, una de sus películas la exprimió tanto que terminó harto y tomando una decisión radical.
Evidentemente, Brad Pitt no puede esconder su atractivo físico. Nació en ese cuerpo y dotado de uno de los rostros más llamativos del mundo del cine, y por más que haya interpretado personajes que rozaban la locura (12 monos), lo lúgubre (Entrevista con el vampiro) o la maldad personificada (Kalifornia), su belleza siempre salía a flote. No obstante, cuando Troya (2004) se enfocó tanto en sus músculos, en destacar su belleza facial a través de la repetición de primeros planos, olvidando la construcción narrativa de su personaje, Brad Pitt supo que había llegado la hora de tomar cartas en el asunto.
Así lo contó a The New York Times en 2019, definiendo a la película épica dirigida por el fallecido cineasta alemán Wolfgang Petersen, como la culpable del cambio de rumbo en su carrera. “Troya fue realmente el cambio. Me decepcionó”, explicaba para entonces detallar que, “cuando estás intentando descubrir el camino de tu carrera recibes muchos consejos”, y que, en ocasiones, se termina siguiendo el consejo equivocado.
“La gente de dice que deberías hacer esto y otros que hagas aquello. Hubo una película definitoria que nunca pude hacer. Era una película de los hermanos Coen llamada To the White Sea. Tuvimos la oportunidad de hacerla, pero se canceló. Luego surgió otra oportunidad interesante y, en cambio, me convencieron: ‘No, debes estar haciendo esta otra cosa. Puedes hacer tu proyecto de arte más adelante’. Terminé siguiendo ese consejo”.
La estrella de Ad Astra no explicaba de qué proyecto “de arte” se trataba o si llegó a hacerlo más adelante. Y si bien en aquella etapa estaba explorando cuál era su lugar en el negocio, si el de héroe romántico de Leyendas de pasión o el actor con potencial para sorprender como había hecho en El club de la pelea, la experiencia de Troya le sirvió para aclarar su rumbo definitivamente.
“Tuve que hacer Troya porque –creo que puedo decir todo esto ahora– abandoné otra película y luego tuve que hacer algo para el estudio. Así que me pusieron en Troya”, explicaba refiriéndose a una posible obligación contractual con Warner Bros. “No fue doloroso, pero me di cuenta de que la forma en que se contaba la película no era como yo quería que fuera. Cometí mis propios errores”.
“¿Qué estoy tratando de decir sobre Troya?”, se preguntaba. “Que no podía salirme del centro de cada plano. Me estaba volviendo loco. David Fincher me había malcriado. No es un desaire hacia Wolfgang Petersen. El submarino es una de las mejores películas de todos los tiempos. Pero en algún lugar, Troya se convirtió en algo comercial. Cada toma era como ¡aquí está el héroe! No había misterio. Entonces, en ese momento tomé la decisión de que solo iba a invertir en historias de calidad, a falta de un término mejor. Fue un cambio distinto que condujo a la próxima década de mis películas”.
Cuando recuerdas o vuelves a ver Troya puedes comprender de lo que habla. Wolfgang Petersen había creado un espectáculo entretenido que carecía de profundidad narrativa, que centraba sus cámaras en destacar la belleza de Aquiles con planos de su cuerpo desnudo, bíceps y mirada perdida en el horizonte mientras los rizos rubios de Brad Pitt completaban la imagen idílica.
La historia se sentía forzada y exagerada mientras Pitt intentaba crear a un héroe sufrido e introspectivo dentro de una narrativa completamente opuesta. Su interpretación desconectaba con la idea global que proponía la producción porque mientras Brad Pitt forzaba el trabajo artístico sobre su personaje, dolido por la muerte de su primo, sufrido en la guerra y la venganza, la historia lo colocaba como punto central de una escena sexual sin necesidad ninguna más que lucirlo ante la cámara (porque que alguien me explique qué pintaba la historia de amor fugaz con Rose Byrne siendo su prisionera, o el primer plano de su trasero al descubierto).
Troya intentó aprovechar el furor renovado por el cine épico que había generado Gladiador (2000), pero se olvidó de crear una narrativa que tuviera suficiente carga emocional como para que conectar con la audiencia. Basar la historia en la supuesta pasión que compartían Paris (Orlando Bloom) y Helena (Diane Kruger) en La Ilíada de Homero, hasta el punto de huir del marido de ella y provocar una guerra épica, pero contarla con una pareja de actores carente de química y con una de las peores interpretaciones de Bloom, ya era un mal indicio. Al final, por mucho que Eric Bana y Brad Pitt intentaran darle valor a la historia con sus interpretaciones, Troya era una película superficial.
Y fue entonces cuando Brad Pitt decidió que no haría más películas de este tipo, que lucieran su físico colocándolo en el plano central de cada toma sin una narrativa de peso en la que basar su historia. Y si bien ya había destacado previamente con algunos de sus mejores trabajos en 12 monos, El club de la pelea o Seven (Pecados capitales), su decisión se hace evidente cuando observamos su filmografía.
Porque después de Troya, Brad Pitt comenzó a conjugar con proyectos de todo tipo. Y así como hacía grandes producciones como Sr. y Sra. Smith o la saga Ocean, también aparecía en propuestas artísticamente más comprometidas -pero con menos potencial de captación- como Babel o El árbol de la vida. Sin embargo, todas ellas destacaban por alejarse del blockbuster vago para profundizar en los personajes y sus narrativas. Habrán sido mejor o peor aceptadas por la crítica, o recibidas con una taquilla más o menos abultada, pero el resultado se nota.
Sin ir más lejos, en la última década, Brad Pitt parece estar viviendo una de sus etapas profesionales más dulces. No solo los directores más renombrados lo quieren en sus proyectos, sino que su posición como productor lo ha convertido en uno de los ejecutivos más exitosos de Hollywood. Por ejemplo, tres de los largometrajes producidos por su compañía, Plan B (que fundó con Jennifer Aniston cuando todavía estaban casados), estuvieron nominados al Oscar a Mejor Película. Es más, uno de ellos lo ganó: El juego de la fortuna, (la ganadora) 12 años esclavo y La gran apuesta.
Y aunque su belleza sigue siendo una moneda de cambio imprescindible en muchas de sus películas (hasta Quentin Tarantino le sacó provecho quitándole la camiseta en una escena convertida en clásico en Había una vez en Hollywood), Brad Pitt descubrió con Troya el tipo de película que no quiere repetir. Así que mientras sigue desfilando su belleza natural por eventos del mundo y la gran pantalla, si un director de Hollywood quiere un primer plano, ya sabe lo que tiene que hacer: darle una historia de calidad.
Este artículo fue escrito en exclusiva para Yahoo en Español por Cine54.
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