El estigma del loco y sus devastadoras consecuencias
Todos lo hemos dicho alguna vez: ¡Pedro es un histérico! ¡Miguel está rayado! ¡Luisa es una loca de atar! ¡La profesora María es una borde!
Son expresiones que forman parte de nuestra cotidianidad y que usamos sin reparar en el daño que hacemos a las personas que tienen un trastorno mental. Y no se trata de culpabilizarnos sino de aceptar que el estigma sobre la salud mental es una realidad en todos los países y clases sociales.
Eso quedó en evidencia cuando la actriz estadounidense Meghan Markel confesó en una entrevista con Oprah que tuvo pensamientos suicidas después de casarse con el príncipe Harry de Inglaterra.
"No quería seguir viviendo. Y aunque me avergonzaba decirlo, sabía que si no lo hacía, terminaría haciéndolo (suicidarse)", declaró la compungida duquesa de Sussex. La Casa Real Británica respondió con un no rotundo al pedido de auxilio de Meghan porque afectaría la imagen de la institución.
"Eso tiene que ver con el estigma. Si esa chica hubiera dicho ‘me he luxado una rodilla, necesito un traumatólogo’, seguro que se lo hubieran proporcionado. La barrera está en los prejuicios que tenemos, en las ideas negativas que tenemos respecto a la enfermedad mental", comentó la psiquiatra Elena Benítez Cerezo sobre el infortunado incidente.
La especialista asegura que el desconocimiento es tan profundo y generalizado que hasta el 92% de las personas tienen ideas equivocadas en temas básicos de salud mental.
Una etiqueta invisible con consecuencias devastadoras
En la antigüedad, la palabra estigma se refería a la marca que se hacía en la piel a un delincuente como castigo por una infracción grave. La idea era que la cicatriz dejada por la quemadura de un hierro ardiendo fuera un recordatorio permanente de su vergüenza.
La práctica del estima ha evolucionado con los siglos porque ya la sociedad no identifica a los marginados con una señal en la piel, pero la intención de aislamiento sigue siendo la misma.
En el caso de la salud mental, el estigma es una etiqueta invisible pero profundamente negativa que descalifica y desprestigia a millones de personas por tener un padecimiento psíquico.
Los expertos aseguran que es un trato que hay que combatir por ser injusto, cruel y no tener basamento científico.
El estigma en una persona con un trastorno mental produce consecuencias más devastadoras que la propia enfermedad porque propicia que oculten sus síntomas para no quedar al descubierto, que no busquen ayuda o que no sigan el tratamiento, escribió la psicóloga Isabel Daguerre Pedroncino.
¿Por qué son importantes las palabras?
Para alejarnos de esas prácticas estigmatizantes tenemos que prestar atención a nuestra manera de hablar.
Las palabras son fundamentales en nuestra existencia porque los humanos somos seres simbólicos, eso significa que no procesamos ninguna experiencia de manera literal. Todo lo que experimentamos lo impregnamos de nuestra manera de ver el mundo y lo relacionamos con otras vivencias para darle un significado.
Cuando miramos un avión en el cielo, por ejemplo, todos veremos un artefacto desplazándose en el aire pero cada uno de nosotros lo interpretará de una manera particular porque nos evocará emociones, pensamientos y recuerdos diferentes.
Benítez Cerezo y los psicólogos Máximo Peña y Juan Ricardo Bencomo explicaron a Yahoo Vida y Estilo el impacto del lenguaje en el reforzamiento del estigma de la salud mental y las buenas prácticas que podemos adoptar para propiciar la inclusión.
Lo que no hay que hacer
No excluir: la salud mental es asunto de todos
Una buena manera de luchar contra el estigma es eliminar los muros ficticios que nos separan de las personas con trastornos mentales. La Organización Mundial de la Salud calcula que una de cada cuatro personas padecerá en algún momento un problema mental, por eso las probabilidades de que tú o algún miembro de tu familia lo sufra es muy alta.
"No podemos dividir la salud mental entre nosotros, los que estamos sanos y ellos, los que están enfermos. Sino que todos somos susceptibles en un momento determinado a sufrir un problema de salud mental. Es más una cuestión de grados. Es posible que esa persona tenga el mismo problema que tú pero lo tiene exacerbado", explicó Peña.
Esa tendencia a no reconocer que tenemos un trastorno que criticamos en los otros se origina en la infancia.
Cuando los padres expresan las emociones con naturalidad, los niños aprenden a reconocerse como personas capaces de emocionarse y experimentarán alegría, tristeza, miedo o ira libremente. Pero cuando las conversaciones sobre las emociones son limitadas en el entorno familiar, las personas tienen dificultad para identificar lo que sienten.
"Cuando miran hacia adentro no saben lo que les pasa porque no tienen desarrollado un lenguaje emocional que les permita darse el permiso para sentirse mal o darse cuenta de que tienen un problema. Y al no entender lo que hacen, lo proyectan afuera. El otro es el que tiene el problema", dijo Bencomo.
No etiquetar: una persona no es solo su enfermedad
Otra práctica que debemos evitar es el uso de adjetivos o etiquetas para hablar de personas con problemas mentales y también para referirnos a nosotros mismos.
Es crucial que sepamos distinguir entre lo que somos y lo que sentimos.
"Si dices soy ansiosa es como decir soy mexicana. Es algo que forma parte de tu identidad y no puedes cambiar. Pero si dices tengo tendencia a sentir ansiedad estás marcando distancia. Es algo que sientes pero que puedes dejar de sentir", señaló Peña.
Esa pequeña modificación en nuestra manera de hablar marcará una gran diferencia porque nos permite separar nuestra identidad de una enfermedad o de un problema particular.
Lo mismo aplica cuando nos referimos a los otros. No es lo mismo decir que Juan es esquizofrénico a que Juan tiene esquizofrenia. Lo respetuoso es rehuir de los diagnósticos médicos para calificarnos. Lo adecuado es asumir que somos personas que atravesamos distintas circunstancias.
No generalizar: encasillar hiere y desinforma
Todos tenemos clichés o ideas preconcebidas sobre la salud mental que no se corresponden a la realidad.
Dos casos de personas con depresión son completamente diferentes porque, más allá del diagnóstico clínico, el origen, la vivencia su problema y la sanación dependerán de que quién es esa persona, cuál es su historia de vida, con qué apoyo social cuenta y cuáles son sus recursos personales.
"Entonces cuando hablamos de que los depresivos actúan de tal o cual manera estamos haciendo una generalización que es abusiva. No debemos encasillar a las personas que tienen trastornos mentales en ningún patrón de comportamiento", dijo Peña.
Por ejemplo, la depresión suele asociarse a la tristeza pero hay personas que cuando están deprimidas se vuelven apáticas. Tener anhedonia, que es la incapacidad de sentir placer, es distinto a una persona que no puede parar de llorar.
No decir que son violentas: la violencia no es sinónimo de enfermedad mental
El prejuicio más extendido es que las personas con enfermedades mentales son agresivas y eso no es cierto.
Está demostrado que las personas con trastorno mental grave comenten menos delitos que la población general. También se sabe que la mayor parte de los que cometen delitos violentos no tienen enfermedades mentales.
"En cambio, las personas con trastorno mental son 11 veces más propensas a ser víctimas de delitos violentos, agresiones y abusos sexuales. El 36% de personas con enfermedades mentales no lo denuncian porque tienen tan interiorizado el estigma, lo que llamamos el autoestigma, que piensan que si lo cuentan nadie les va a creer", dijo Benítez Cerezo.
La percepción social de que "los locos son peligrosos", que en ocasiones es reforzada por los medios de comunicación, alimenta el autoestigma de las personas con trastornos mentales.
"Cuando una persona comete un crimen, los medios insinúan o sospechan que tiene una enfermedad mental como una manera de asociar o justificar el hecho con la condición. Eso perjudica porque las personas que tienen enfermedad mental se sienten observadas y evaluadas por la sociedad", alertó Bencomo.
Los expertos coinciden en que muchas no buscan ayuda porque piensan que al hacerlo reconocerán que están locas y se convertirán en personas peligrosas.
No banalizar: el mal uso de las palabras vacía su significado
Tener fluctuaciones en nuestro estado anímico no es comparable con tener un problema de salud mental.
Cuando decimos "estoy depre" para expresar que hemos tenido un mal día estamos banalizando una condición que puede ser potencialmente grave. Una persona deprimida que no ha buscado ayuda podría asumir que ella también podrá salir de ese estado de la noche a la mañana. Y eso tampoco es cierto.
En áreas como el deporte y la política se usan términos psiquiátricos de manera inadecuada. Por ejemplo, decir que un partido político se comporta de forma esquizofrénica en el Parlamento para expresar que lo hace de manera desordenada o contradictoria refuerza la estigmatización de las personas que padecen esquizofrenia.
Otra mala práctica es relacionar la enfermedad mental con un sufrimiento sin fin, un estado en el que no hay salida, ni posibilidad de mejorar.
No evadir: del suicidio hay que hablar claro
El suicidio es uno de los mayores problemas de salud pública a nivel mundial y también uno de los que menos se habla por los tabúes culturales y sociales sobre el acto de quitarse la vida.
Bencomo opina que sobre el suicido hay que hablar de manera directa, con claridad y sin juzgar. Es falso que hablar del tema incitará a otros a suicidarse.
"No darle el tono del escapismo del cobarde, ni que la persona no pudo más como si fuera una cuestión de fuerza y esfuerzo. Hay que hablarlo como un problema que tiene antecedentes que han ocurrido durante un tiempo".
Las practicas que sí debemos propiciar:
Hablar y acompañar con respeto
La palabra tiene un efecto sanador. El diálogo entre el paciente y su terapeuta es clave para el éxito de la psicoterapia. Pero también es vital la capacidad de escuchar y de acompañar a la persona que sufre sin decir palabras.
Lo mismo ocurre en la vida diaria. Si tenemos a un familiar o un amigo con un problema debemos permitir que hable a su propio ritmo, sin presionarlo. Escuchar sin juzgar.
Respetar las vivencias
Nadie es culpable de tener un problema de salud mental. Y si sufre no es porque quiere. Lo peor que se le puedes decir a una persona que está ansiosa es que se relaje, porque si no lo hace es porque no puede. Insistir en que cambie de actitud probablemente le va a crear aún más ansiedad.
Tampoco es recomendable decir a una persona deprimida que se vista y salga a tomarse unas copas. Es posible que lo hagas con buena voluntad pero si se trata de una persona con una enfermedad mental es probable que esa persona en ese momento no necesite desconectar de esa tristeza para recuperarse.
Aceptar los estados de ánimo
Para aceptar nuestros estados de ánimo es útil relacionarlos con los pronósticos de meteorología, recomienda Peña.
El tiempo a veces está soleado, a veces está lluvioso, a veces está parcialmente nublado y así también puede ser nuestro ánimo.
Hay que aprender a vivir con esos cambios emocionales, comprender que son normales y que pasarán.
Si estamos viviendo una tormenta emocional y hemos pedido ayuda, como pasa con el tiempo, al final se despejará.
Romper con los estereotipos de género
Las guías de salud mental con perspectiva de género aseguran que a las mujeres con trastorno mental con frecuencia se les tilda de histéricas, perezosas, incapaces y malas madres. Esas percepciones repercuten en su desarrollo personal y profesional. El 70% de las mujeres con problemas de salud mental no tienen un trabajo remunerado. Sus familias las relegan a las tareas domésticas, les impiden salir de sus casas y dudan de su interés y posibilidad de alcanzar metas.
Es cierto que las mujeres suelen sufrir el doble de trastornos de depresión y ansiedad que los hombres. Los motivos pueden ser biológicos, culturales y sociales.
Pero también es posible que las mujeres por su educación y su forma de ser sean más susceptibles a hablar de sus problemas o de asumirlos, mientras que a los hombres se les educa a no expresar sus sentimientos, a no llorar. Muchos hombres nunca buscarán ayuda profesional porque no han sido educados a hablar sobre sus emociones ni mucho menos a aceptarlas.
Ofrecer ayuda
Una manera efectiva de darle la mano a un amigo o un familiar que tenga problemas mentales es preguntando si necesita ayuda. Sin forzar ni imponerte, sugiere que puedes ayudar a buscar un especialista o acompañarlo a la consulta. También puedes ofrecerte a conversar con otros miembros de la familia sobre la situación.
Conocer nuestros límites
Si no eres un profesional de la salud mental no podrás ayudar durante una crisis grave. Así que no dudes en pedir ayuda urgente si te das cuenta de que la vida de una persona cercana está en peligro.
Este artículo es parte de una serie de Yahoo sobre salud mental que se propone a ayudar a quienes hoy viven en las sombras a transitar el camino hacia la recuperación
Radiografía de una de las peores secuelas que arrastraremos mucho después del fin de la pandemia
Cómo saber si tu mala racha se ha convertido en un problema de salud mental
¿Elegiste al especialista adecuado? Este es el requisito fundamental que debe cumplir
Psicoterapia vs medicamento: ¿qué necesitas para recuperar el equilibrio emocional?
Cómo frenar el impulso malsano de ahogar tus penas con la comida
Leandro Olszanski, el psicólogo que hace 'milagros' con sus videos de TikTok
¿Por qué los problemas de salud mental afloran en la adolescencia? Los padres tienen mucho qué ver
Si tú o alguien que conoces está considerando quitarse la vida, contacta inmediatamente con tu Línea Nacional de Prevención al Suicidio:
México: (55) 5259-8121, o visita http://www.saptel.org.mx/
EEUU: 1-800-273-TALK (8255), o visita suicidepreventionlifeline.org
Argentina: 135 (línea gratuita) (011)5275-1135 o visita https://www.casbuenosaires.org.ar/
España: 911 385 385 o visita https://www.telefonocontraelsuicidio.org/ También 717 003 717 o visita https://telefonodelaesperanza.org/
Colombia: Bogotá 106, Cali 106, Medellín 125, Cundinamarca 123, Cartagena 125, Boyacá 106