Katharine Hepburn rompió los moldes de Hollywood y se hizo leyenda
Existe un sinónimo que define el legado de Katharine Hepburn mejor que ninguno. Porque no solo fue la estrella legendaria del séptimo arte que todos conocemos, la que más premios Óscar ganó en la historia o el referente artístico de cientos de actrices. Sino que fue mucho más: una mujer independiente desde el principio hasta el final de sus días, que derribó moldes a cada paso que daba. Fue una todoterreno, una artista ambiciosa que priorizó sus deseos, estilo de vida y visión de mujer por encima de cualquier imposición social o hollywoodense. En otras palabras, hizo que le dio la gana y se convirtió en leyenda.
Nacida el 12 de mayo de 1907, Katharine Houghton Hepburn llevaba sangre feminista en sus venas. Su madre fue una activista que lideró la asociación del sufragio femenino en Connecticut, llevando a la pequeña Katharine a las protestas y marchas exigiendo el derecho al voto para la mujer, siendo instrumental en el proceso hasta la aprobación de la 19 enmienda de 1920 que estableció el voto femenino en Estados Unidos. La actriz creció en el seno de una familia progresista, que no solo valoraba el intercambio de opiniones sino que animaba a sus hijos a luchar por lo que creían. Y ese aprendizaje fue el lema de su existencia. Ni todo el glamur y espejismo de Hollywood pudo con su naturaleza.
Ni bien se graduó se marchó a Nueva York, decidida a triunfar como actriz de teatro. Pero la falta de experiencia y entrenamiento le pasaron factura, siendo despedida en varias ocasiones por equivocarse con los diálogos o atropellar sus interpretaciones recitándolos demasiado rápido. Pero su ambición no tenía límites. Nunca se dio por vencida y tras su primer éxito en Broadway, la meca del cine tocó a su puerta. Tenía 25 años y Hollywood la estaba recibiendo con los brazos abiertos y, a cambio, dejó atrás a su primer y único marido, Ludlow Ogden Smith. Siguieron siendo amigos pero la distancia y su ambición los terminó por llevar por caminos separados.
Su presencia en pantalla irradiaba un magnetismo inusual. Era elegante pero sin recurrir a gestos forzados por el cine de su época de damisela enamorada. Era imponente e irresistible, tanto en drama, comedia o romances. Y prueba de ello es que, a un año de su llegada al negocio, ganaba su primer Óscar a Mejor Actriz por Morning glory mientras, poco después, se consagraba con la adaptación de Mujercitas. Sin embargo, el éxito le duró poco. Había tocado la cima pero sus siguientes películas y obras de teatro fueron verdaderos desastres de crítica y taquilla. Pero ella no se quedó de brazos cruzados esperando a que Hollywood viniera a su rescate.
Corría el año 1939 cuando Hepburn preparaba su nueva obra en Broadway, Pecadora equivocada, mientras vivía un romance con Howard Hugues. El excéntrico magnate vio que tenía potencial para recuperar su brillo de estrella y compró los derechos cinematográficos de la novela. Sin embargo, fue ella quien negoció con MGM, exigiendo que le dieran el papel de protagonista y la elección personal del director. Eligió a su viejo amigo George Cukor y a James Stewart y Cary Grant como compañeros de reparto. De más está decir que fue todo un éxito, donde Katharine desplegó todo su encanto cómico para volver a la cima de nuevo.
No olvidemos que estamos hablando del fin de los años 30, principios de los 40. Una época en donde la mujer no disfrutaba de las libertades y derechos de ahora, donde la mirada machista de Hollywood definía el camino que muchas actrices seguían en la industria del cine. Pero Katharine se impuso. Y lo hizo con todo. Era de las pocas estrellas femeninas -por no decir la única- que tenía la libertad de participar en el retoque de los guiones de sus películas, tenía libertad para elegir al director y proyecto de su elección y, cuando le daba la gana, se tomaba descansos que la alejaban del estrellato desapareciendo del radar mediático por completo, para, de repente, reaparecer como el mismo terremoto de siempre.
Y es que a Katharine Hepburn le daba igual el qué dirán. Se negaba a subirse a la maquinaria publicitaria de Hollywood, vivía como una reclusa lejos de los focos y se negaba a dar entrevistas. Algo que, evidentemente, va en contra del entablado que tiene la industria del cine. Tampoco permitía que la encorsetaran bajo las expectativas sociales impuestas sobre las mujeres de su época. Por ejemplo, la criticaron durante muchos años por llevar pantalones cuando no estaban de moda entre las mujeres. Y cuando Barbara Walters la entrevistó en 1991 confirmó que no poseía ni un par de zapatos de tacón alto ni una pollera en todo su armario. Pasó a la historia como una ‘rebelde de la moda’, con miles de mujeres alrededor del mundo siguiendo su tendencia, y hacia películas con mensajes feministas, como fue La costilla de Adán (1949), un clásico cómico que sacaba a relucir la doble moral patriarcal durante un juicio entre un matrimonio de abogados enfrentados en la Corte.
Se negaba a tener choferes y pasear su fortuna de súper estrella, moviéndose en bicicleta por las calles de Nueva York, viviendo en la misma casa desde 1933 mientras los fans se quedaban embelesados al toparse de frente con el icono de carne y hueso. Podaba sus propios árboles, pasó muchas de sus mañanas nadando en un lago a 6 grados bajo cero y rechazó asistir a las 12 ceremonias de los Óscar a los que estuvo nominada. En una ocasión explicó que no lo hacía porque “le daba miedo perder”, y si bien tenía las estatuillas adornando su casa, también dijo que, para ella, “los premios no significaban nada”.
Recién apareció en los premios de la Academia a los 63 años, sin vestir de gala, ni lucir prendas de moda o joyas brillantes, como era su costumbre. Ni tacones de aguja ni peinados de famosos estilitas. Ni siquiera ese día cedió al espejismo de glamur que vende su industria, y solo hizo acto de presencia para formar parte de un homenaje al productor Lawrence Weingarten, diciendo que su presencia demostraba que se podía “ser desinteresada” en Hollywood “durante 41 años”. Era la gran estrella de Hollywood, pero no formaba parte del circo que la ensalzaba.
Katharine Hepburn fue una mujer aguda, decidida y ambiciosa. Sus personajes famosamente se cruzaban con su persona, siendo rápidos, audaces, independientes y arrolladores. No quiso casarse de nuevo ni tener hijos para priorizar su carrera, llegando a decir públicamente frases polémicas -según la percepción de cada uno- como: “yo sabía lo que era la vida y el dolor de cabeza que pueden ser los niños, así que lo evité” (Diane Sawyer, 1989). Pero en otra entrevista aclaraba que era una mujer “extremista” en su visión, reconociendo que como actriz tenía la tendencia a pensar más en ella misma, mientras que de haber sido madre, tendría que haber pensado en sus hijos. Sin embargo, dijo a Diane Sawyer que admiraba a las mujeres que se quedaban en casa cuidando de su hijos, “haciendo cosas que no alimentan el ego”, mientras que no tenía nada de simpatía por las mujeres ambiciosas como ella. Lo políticamente correcto bajo la luz de súper estrella no iba con ella.
Además de desafiar a Hollywood rechazando su fiesta de glamur anual, dándole la espalda a cada una de sus nominaciones al Óscar, también escondió el gran amor de su vida cuando su historia era alimento de tabloide internacional. Todos lo sabían pero ella y Spencer Tracy vivieron su relación durante 27 años lejos de los fotógrafos y curiosos, sin hablar del tema, sin pasearse por los rincones de Los Angeles o el mundo. Es más, la actriz recién habló del asunto cuando publicó su libro en 1991, 24 años después de la muerte del actor y cuando su esposa había fallecido. Porque, por si no lo sabían, el actor, con quien hizo nueve películas, estaba casado y era católico, por lo que el divorcio no era una opción en su vida. Y mientras la esposa dedicó aquellos años a la crianza de su hijo sordomudo, Tracy vivió un amor paralelo y a escondidas con la mayor estrella del cine.
Katharine Hepburn confesó a Barbara Walters que nunca le pidió que se divorciara, que nunca le molestó estar manteniendo una relación clandestina con un hombre casado porque “no tenía ninguna intención de romper su matrimonio”. Pero Tracy murió en la cocina de la actriz a los 67 años, desplomándose por la noche, forzando sin querer el encuentro entre las dos mujeres y los hijos. Hepburn nunca volvió a enamorarse de nadie. “Tenia la perfección, así que ¿para qué molestarme?” le dijo a Walters.
Katharine Hepburn fue el ejemplo de la mujer moderna. Una estrella que navegó un mundo de hombres a lo largo de 42 películas, imponiendo sus condiciones, su visión feminista e independencia por sobre todas las cosas. Conoció el fracaso pero se levantó y si bien despertó controversias entre feministas al decir que la mujer no lo puede tener todo -una familia y carrera- al final, ella vivió como mejor le parecía. Murió el 29 de junio de 2003 a los 96 años, siendo una mujer que atesoraba la realidad de la vida por encima de la ilusión que vende su industria.
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