La crueldad de la televisión mexicana con las mujeres maduras
En el medio artístico siempre ha existido una doble moral que no aplica igual a actores y actrices. Esto se ve en numerosos campos que van desde los créditos en una producción hasta lo que ganan por ella, pero quizá el más irritante es el que tiene que ver con la edad y el cuerpo conforme pasan los años, y mientras las mujeres son señaladas, presionadas y criticadas, obligadas a someterse a diversos tratamientos y cosméticos para mantenerse "atractivas", la inmensa mayoría de los hombres envejecen como les da la gana.
¿Por qué sucede esto?
¿Recuerdan lo que pasó en el Festival de Cannes de 2014 cuando a Catherine Deneuve -una de las más legendarias bellezas del cine mundial- le preguntaron por qué había dejado de preocuparse por su peso? Ella respondió: "He pasado los últimos cincuenta años a dieta permanente. Estoy harta y voy a comer lo que me plazca porque me lo merezco".
Si tan solo aquí en México se pudiera hacer eso.
En los 90, Angélica Aragón (que posee unos ojos inolvidables) dejó Televisa, después de casi 20 años, para irse a TV Azteca por el simple hecho de que, a los 44 años, y seis después de haber tenido un bebé, tenía un cuerpo que no correspondía con la noción que se tenía de una "actriz protagónica".
De hecho, cuando se le preguntó a Enrique Rocha si estaría de acuerdo con llevarla de compañera en "Mi pequeña traviesa" (aquella horrible telenovela con Héctor Soberón y el debut de Michelle Vieth), célebremente el actor de la voz profunda dijo: "No. Está vieja y gorda". Así. Tal cual. Nadie culparía a la Aragón, que trabajó fielmente para la empresa y le dio una de sus mejores protagonistas en 'Vivir un poco' (1985), representando el rol de una madre con hijos cuyas edades ni de lejos correspondían con la suya, por ver que no tenía futuro ahí. Se fue, y nadie la retuvo.
Y no solo es la Aragón (cuyo éxito por 'Mirada de mujer' la empresa nunca le perdonó); son muchas más, de su generación y otras, que han sido señaladas por buscar envejecer con gracia en un medio que no se lo permite a las mujeres, pero no tiene problemas si alguien como Eduardo Santamarina, que es un hombre encantador y un buen actor, qué duda cabe, que ahora que ya pasa de los 50, se puede dar el lujo de pesar lo que pesa, sin que haya medios o redes que lo señalen por lo mismo.
Y su caso no es el único: Juan Soler tiene arrugas y Arturo Peniche no se siente mal por tener una panza grande. Alfredo Adame no solo se convirtió en un energúmeno insoportable, también se sometió a un severo lifting que lo dejó casi irreconocible y nadie llamó su atención por eso.
Sin embargo, hay que ver los niveles de escarnio con los que se ha encontrado, por ejemplo, Lucía Méndez, quien fue llevada a extremos insospechados por el afán de detener el paso del tiempo y retener la belleza de su juventud.
Esto la llevó a ser cruelmente ridiculizada por el público en redes sociales, que se burlaron sin piedad absolutamente de todo: desde sus diversas rinoplastias (la primera se las hizo en 1986, al cumplir 31 años, que es el momento en el que muchas actrices y modelos en México señalan como el comienzo de su inevitable declive: no cualquiera tiene la información genética de Isabella Rossellini, que inició su carrera precisamente a esa edad), sus facelifts y hasta las coberturas de sus dientes. Si la Méndez fuera hombre y hubiera hecho lo mismo, seguramente en privado habría generado reacciones similares, pero nadie se habría atrevido a ridiculizar su imagen en medios públicamente.
Y la lista la engrosan muchas otras mujeres notables, que en algunos casos (como el de Alejandra Guzmán) incluso han puesto en riesgo sus vidas con intervenciones estéticas de dudosa procedencia para mantenerse vigentes en un mundo de impresionante doble moral. A Andrés García nadie le ha exigido nada, y qué bien que aparezca en televisión con el cabello escaso y completamente blanco.
Pero no es lo mismo para quien fuera su dama joven, Helena Rojo, que es uno de los escasos ejemplos de una actriz que pudo llegar a representar la edad que tiene. O Diana Bracho, que sigue encabezando repartos de telenovelas, como '¿Qué le pasa a mi familia?', aunque sea en el rol de una madre que únicamente existe para sostener las tramas de sus hijos. O la formidable Julieta Egurrola, que recibe oleadas de aplausos en teatro, pero en telenovelas es un personaje sin vida propia, relegada a reaccionar a lo que sucede con los personajes que la rodean.
¿Cuándo habrá la ocasión de ver una heroína central de telenovelas, con arrugas, con un cuerpo que no la esclavice en un gimnasio, con el cabello cano natural y con una vida sexual plena, con intereses ajenos al hogar o la oficina o la maternidad? Todos los actores maduros lo consiguen, y son reconocidos por ello (y ni hablar acerca de que ellos invariablemente tienen compañeras más jóvenes).
Victoria Ruffo, Claudia Ramírez, Erika Buenfil, Laura Flores... su generación ya pasó el meridiano de los cincuenta salvo la Ramírez, que siempre ha sido ajena a esa obsesión con el espejo, la mayoría sigue luchando por retener la visibilidad que van perdiendo con los años y las llevan, eventualmente al olvido. Cuando esta doble moral finalmente sea no solo reconocida, sino combatida, quizá entonces podrá hablarse de una verdadera igualdad de términos en este terreno de la farándula.
Pero las tradiciones - como la de favorecer al hombre en los proyectos, teniendo en mente a las espectadoras, que son el público target, que consume lo anunciado en estos espacios - son muy difíciles de romper. Aunque muchas actrices, entre las mencionadas y otras, seguramente ya están hartas de llevar décadas de dieta.
TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR
La herencia de Cantinflas que resultó una maldición para todos
La vida de Susana González tras los escándalos que la demonizaron
Yadhira Carrillo y su morbosa obsesión por hablar de Leticia Calderón
Natalia Jiménez se declara en bancarrota tras su divorcio y por la falta de conciertos
EN VIDEO: Mafia, realeza y misiles: los 90 vertiginosos años de un hotel que lo ha visto casi todo