¿Mickey Mouse es de todos?: la disputa por el famoso ratón, la abrupta muerte de un excantante y la millonaria e impagable demanda
Cuando suenen los fuegos artificiales del fin de año y el inicio del nuevo, habrá terminado una era y comenzado otra. Mickey Mouse, uno de los grandes íconos universales del siglo XX pasará al dominio público. En rigor de verdad, comenzará a pasar al dominio público, pero aún hay restricciones para dibujar gratuitamente al roedor más famoso del cosmos conocido. Pero es el primer paso hacia un cambio radical en las restricciones del copyright. Cambio que, dicho sea de paso, revierte lo que el propio Mickey Mouse (bueno, quienes lo controlan) lograron hace 25 años. La historia es divertida e incluye a un cantante popular en la mala, una elección sorpresiva, un lobby planetario y a la novia del ratón.
Vamos por partes: el copyright (o derecho de copia en castellano) es lo que protege los derechos sobre toda creación original -la palabra clave es “original”- para su autor. Esto no vale solo para ratones dibujados (o patos, o conejos, o el animal que fuere) sino, también, para libros, música, películas, etcétera. Para tenerlo, hay que hacer un trámite y renovarlo cada cierta cantidad de años. Ese derecho permite que alguien cobre por el uso de su creación -y vale, también, para patentes. En el siglo XIX, se creó en los EE.UU. como forma de alentar la creatividad: duraba poco (no más de diez años en principio) para darle al inventor un usufructo exclusivo justo y luego eso se liberaba para que, a partir de lo creado, se siguiera creando. Es decir, el copyright nació para garantizar una exclusividad breve y justa.
Pero, como saben, a través de más de un siglo, esos plazos “de exclusividad” fueron creciendo y eso creó negocios cada vez más grandes. El dueño de patentes o marcas importantes a perpetuidad tiene asegurado un beneficio constante. Los plazos se hicieron espantosamente grandes. Hasta 1998, según la ley estadounidense, el derecho duraba la vida del autor más cincuenta años; una obra colaborativa o de una empresa tenía derechos de 75 años. Pero entonces alguien cayó en la cuenta de que en 2003 Mickey Mouse pasaba a dominio público y cundió el pánico.
Entra en escena el exmarido de Cher , cantante, comediante y afiliado al Partido Republicano Sonny Bono. A fines de los ochenta no era la popular figura que había sido cuando Sonny & Cher eran un número hipermillonario y además llenaban la pantalla de la TV. No. Sonny Bono era un personaje más en el océano de criaturas alguna vez famosas que el showbizz americano dejaba boyando por ahí. A mediados de los 90, Bono quiso abrir un restaurante en Palm Springs, California, y fue una gran frustración: papeles, más papeles, burocracia y etcéteras. Se enojó y usó la popularidad que le quedaba para protestar en público, sumado a su socio y conductor de radio Marshall Gilbert, uno de esos demagogos de la derecha populista americana que fungen tanto en el éter estadounidense. La cosa es que Bono se presentó como candidato a alcalde de Palm Springs. Los medios se reían de él y de su personalidad excéntrica para el adocenado mundo político. Y como suele pasar con las personalidades excéntricas de las que se ríen los medios, ganó. Fue alcalde de 1988 a 1992, mejoró la burocracia y creó el Festival de Palm Springs, una muestra de cine que funciona bastante bien desde entonces.
Era lanzarse al infinito y más allá. Se presentó para senador por California en 1995 y ganó con el apoyo del lobby de los derechos (especialmente, Disney). Sonny Bono peleó y peleó para conseguir lo que se llamó -se llama- Copyright Term Extension Act, también llamada Sonny Bono Copyright Term Extension Act y apodada Mickey Mouse Extension Act. En el mundo no anglosajón, Enmienda Sonny Bono. ¿Qué decía -dice- tal enmienda? Pues que el copyright duraba la vida del autor más 70 años, y una obra colaborativa o de empresa, 120 años desde su creación o -atención- 95 desde su publicación. Victoria para los dueños de las marcas y personajes y canciones y películas más exitosos -y lucrativos- paridos en el siglo XX. Tras dejar este legado inmortal, Sonny Bono fue a esquiar, se estrelló contra un pino y lo encontraron, muerto por el golpe y congelado frente a un tronco, un par de días más tarde.
Pues bien, aquí estamos: el 1° de enero (porque es a año completo) se cumplen 95 años del año de publicación de “Steamboat Willie”, el primer corto estrenado de Mickey Mouse. Eso implica que el corto y todo lo que hay adentro -esperen, hay límites- se pueden usar sin restricciones. Por ejemplo, nadie puede venir a cobrar regalías por pasarlo en un cine. Se puede copiar ese Mickey o esa Minnie (Mickey siempre tuvo a Minnie al lado) y dibujarlo; se pueden hacer mil cosas. Pero esto no cubre el momento en el que el ratón silba con el timón de un barquito en las manos: Disney lo transformó en logo y ese fragmento del corto se convirtió en marca registrada nueva.
Pero ese día año también pasan a dominio público “Plane Crazy” (el verdadero “primer corto”, salvo que era mudo y Disney decidió retrasarlo para sonorizar y terminar primero uno realmente “sonoro”, “Steamboat..”) y “Gallopin’ Gaucho”. “De Plane Crazy” se puede usar todo menos el sonido (que sí se puede usar desde el 1° de enero de 2025 porque ahí vence el plazo). De paso, también cae en dominio público Tigger, el compañero de Winnie Pooh porque su primera aparición en libro (Disney solo adaptó la obra de A. A. Milne) data de 1928. Winnie... había caído en dominio público en 2023, por eso se pudo hacer el slasher Winnie Pooh: Miel y Sangre. En música, se supone que “Rapsodia en Azul”, de George Gershwin, también pasa a dominio público. Pero para eso hay que encontrar una partitura que, al lado del signito de la “c” que indica que se hizo el pago para registrar derechos, diga “1928″. Si no, habrá que ver cuál es la verdadera fecha de publicación.
El problema de la extensión de derechos es doble. Por un lado, desencadena acuerdos internacionales que, siempre, terminan ajustando “para arriba” los años de derechos. Pero el mayor es que las obras protegidas por la ley terminan aisladas y estériles, en muchos casos olvidadas, dado que nadie las usa. Eso es un problema no en el campo del entretenimiento, sino por ejemplo en las publicaciones científicas, ensayos o material académico. Sobre todo porque muchos se pierden por no poder republicarse. Ni hablar de la cantidad de películas perdidas porque no se puede hacer un trabajo de restauración o cuidado sin el permiso de los derechohabientes. Los beneficios de la Enmienda Sonny Bono, lo dicen especialistas, siempre fueron mucho, muchísimo menores que las ventajas. Un poco Hollywood lo entendió: Disney pasó de casi 150 demandas por uso indebido de material registrado en 2006 a cero en 2022. Porque hoy el gran problema es la piratería digital, donde se concentran los esfuerzos de los abogados.
El 1° de enero será, además, una fecha de liberación para el arte del comix underground estadounidense (y un hito mundial). En 1971, los artistas under Dan O’Neill y Ted Richards formaron un colectivo de historietas llamado Air Pirates, que tomaba el nombre de un grupo de villanos de los años 30 de las tiras dibujadas de Mickey. Pues bien, los Air Pirates de la era hippie realmente odiaban a Mickey y sacaron dos números de su cómic protagonizado por el ratón en el que básicamente tenía sexo, se drogaba y trabajaba en negocios non sanctos. Había otro comix (sí, en el under se les llamaba “comix”, no “cómic”) sobre “Los Tres Chanchitos y el Lobo”. Que finalmente apareció en forma de abogados de Disney y comenzaron un juicio histórico por violación de derechos de autor. Los EE.UU. de los setenta eran despiadados: los de Garganta Profunda, la retirada de Vietnam y Taxi Driver. En ese contexto de cambio, donde todo se vuelve un poco violento, la empresa ganó, incluso si era evidente que el trabajo de O’Neill era paródico y no podía confundirse en modo alguno con el “verdadero” Mickey. Porque allí está el núcleo de toda esta clase de demandas: que el público “crea” que el ratoncito alegre y drogón había surgido de Magic Kingdom y no de las bromas de dos muchachos con ganas de patear un hormiguero. El resultado fue una demanda que arruinó económicamente a O’Neill y no solo eso: tiene prohibido dibujar a Mickey Mouse. La condena fue de US$ 190.000 más US$ 2.000.000 en costas y abogados. Por supuesto impagable.
Disney decidió terminar el problema impidiendo a O’Neill dibujar al ratón. Si lo hace, debe pagar esos 190.000 dólares e ir a la cárcel por violar el copyright. Pero el 1° de enero, O’Neill podrá volver a dibujar a Mickey tomando un whisky y fumando desnudo, siempre y cuando el diseño corresponda exactamente al del primer corto del ratón. Sería una gran manera de recibir el año.