La película basada en hechos reales que nos hizo temblar hace 20 años

MELBOURNE, AUSTRALIA - 11 DE OCTUBRE: (De izquierda a derecha) El director de cine Chris Kentis y la actriz Blanchard Ryan posan en el George Cinema como parte de la promoción de la película Open Water el 11 de octubre de 2004 en Melbourne, Australia. (Foto de Regis Martin/Getty Images)
MELBOURNE, AUSTRALIA - 11 DE OCTUBRE: (De izquierda a derecha) El director de cine Chris Kentis y la actriz Blanchard Ryan posan en el George Cinema como parte de la promoción de la película Open Water el 11 de octubre de 2004 en Melbourne, Australia. (Foto de Regis Martin/Getty Images)

Las historias de supervivencia que transitan entre el drama y la desesperación vital suelen ser un remedio infalible para emocionar a la audiencia. Lo demostró Tom Hanks con Náufrago (2000), Sandra Bullock en Gravedad (2013), Matt Damon en Misión rescate (2015), Naomi Watts en Lo imposible (2012) o Ethan Hawke en ¡Viven! (1993), entre decenas de producciones más. Como era de esperar, el mundo del streaming no se iba a quedar atrás y Netflix tiene un nuevo éxito entre manos con Nowhere, una producción española que se coronó enseguida como la película más popular de la plataforma a lo largo del fin de semana.

No obstante, después de adentrarme en la historia y descubrir una producción previsible, donde la originalidad brilla por su ausencia (no solo lo digo yo, sino que ni la audiencia o la crítica le dieron puntuaciones sobresalientes en RottenTomatoes), llegué a la conclusión de que su popularidad se justifica con el interés que provoca este tipo de subgénero. Ese donde la supervivencia y el drama que provoca la adversidad contra la naturaleza crean un escenario atractivo para el amante del suspense.

Las ideas de Nowhere me recordaron enseguida a películas como Un lugar en silencio, Niños del hombre, La fortaleza, Miedo profundo y un título en particular que creo que merece la pena nombrar y recomendar (por si la habían olvidado o pasado por alto). Una producción más efectiva que también está disponible en el streaming, transcurre en el agua y que, para sumarle más intensidad a la experiencia, estaba inspirada en un caso real.

Les hablo de Mar abierto (2003), una película de terror y supervivencia que utilizó su bajo presupuesto de apenas 500,000 dólares a su favor, creando una experiencia inmersiva que nos colocaba en medio del mar junto a sus dos protagonistas. El resultado fue una producción bien recibida por la crítica, una campaña de marketing que supo venderla a las masas y una taquilla que la hizo extremadamente rentable con 54 millones de dólares a nivel mundial (Box Office Mojo).

Mar abierto contaba la historia de una pareja que hacía una excursión de buceo durante sus vacaciones en Australia. Sin embargo, lo que empezaba como una vivencia idílica pronto se convertía en una pesadilla al descubrir que el barco los había olvidado en medio del mar.

Pero si había algo que jugaba con nuestra mente y la hacía aún más espeluznante todavía es que desde el principio nos advertía que estaba inspirada en hechos reales. Un caso tan espeluznante como catastrófico que dio lugar a todo tipo de teorías, y que sacudió a la comunidad de buceadores y turismo australiano hace 25 años.

Se trató de Tom y Eileen Lonergan, una pareja de maestros originarios de Luisiana que llevaban varios años enseñando a niños desfavorecidos en Fiji como parte del Cuerpo de Paz, cuando terminaron a la deriva en algún lugar de la Gran Barrera de Coral después de hacer una excursión de buceo en Queensland, Australia.

El barco tenía 26 pasajeros aquel 25 de enero de 1998, llevándolos a unos 60 kilómetros de la costa. Después de tres inmersiones, la tribulación contó a los pasajeros y volvió a tierra firme, sin darse cuenta que faltaban dos personas. Fue recién dos días más tarde cuando se dieron cuenta de la desaparición tras encontrar una bolsa con los pasaportes y pertenencias de Tom y Eileen en el barco.

En ese momento se organizó rápidamente una búsqueda aérea y marítima a gran escala, pero nunca pudieron encontrarlos. Se desconoce cómo murieron o cuánto tiempo estuvieron flotando, viviendo la desesperante situación de esperar a ser rescatados en medio del mar. A lo largo de las semanas siguientes aparecieron los chalecos de buceo, el traje de neopreno y una aleta de Eileen, así como sus tanques. Sin embargo, nada mostraba daños que sugirieran que sus vidas habían tenido un final violento.

Lo único que se sabe a ciencia cierta es que, al menos, sobrevivieron un día porque, varios meses después, un pescador encontró una pizarra de buceo a 160 km. de distancia con un mensaje pidiendo rescate, escrito el 26 de enero a las 8.00 de la mañana.

A lo largo del juicio contra el capitán del barco surgieron diferentes teorías. Por ejemplo, se dijo que la pareja podría haber fingido sus muertes o planificado un suicidio conjunto a raíz de algunas entradas en los diarios íntimos de ambos. Según el medio australiano The Age, Tom escribió seis meses antes que sentía que su vida estaba completa y estaba “listo para morir”.

“Hasta donde sé, a partir de aquí mi vida sólo puede empeorar. Ha llegado a su punto máximo y todo va cuesta abajo desde aquí hasta mi funeral”, escribió.

Por su parte, Eileen escribía sobre los deseos mortales de su pareja, anotando que “Tom no es suicida, pero tiene un deseo de morir que podría llevarlo a lo que desea y yo podría quedar atrapada”.

No obstante, la investigación oficial determinó que la pareja murió en un trágico accidente después del conteo erróneo de pasajeros en el barco, mientras que el forense determinó que la pareja murió por ahogamiento o ataque de tiburón (BBC). El capitán del barco fue acusado de homicidio involuntario, pero un jurado lo declaró inocente. Su empresa, por su parte, se declaró culpable de negligencia y cerró. A su vez, la tragedia derivó en nuevas regulaciones que hicieron que el conteo de pasajeros fuera obligatorio, además de incluir a una persona que hiciera vigilia durante las inmersiones.

Mar abierto llegó a los cines beneficiándose de las comparaciones de ser tildada como una especie de hermana lejana de El proyecto de la Bruja de Blair (1999) y Tiburón (1975). Y tenían razón. El uso de cámara en mano y planos cercanos colocaba a la audiencia en la visión de buceador, flotando en un mar aparentemente benigno junto a otros nadadores, para entonces sumergirse y encontrarse rodeado de formas amenazantes. Sobre todo cuando aparecen los tiburones, empequeñeciendo a la raza humana como un eslabón más de la cadena alimenticia.

La película duraba apenas 79 minutos, siendo una experiencia auténtica y escalofriante. Porque si bien llegaba a sus propias conclusiones sobre el destino final de la pareja, la producción se encargó de hacerla lo más veraz posible. Por ejemplo, sus actores, los desconocidos Blanchard Ryan y Daniel Travis, pasaron más de 120 horas en el agua en las afueras de Barbados y los tiburones que vemos aparecer en escena, chapoteando y circulando a la pareja, eran reales. Los actores llevaban cotas de malla debajo de los trajes de neopreno mientras los expertos contratados manipulaban y provocaban a los tiburones con trozos de atún ensangrentado.

A diferencia de Nowhere, que centra sus esfuerzos en conectar con la audiencia desde la garra de madre coraje en lugar de aportar suficiente contexto que nos permita conectar con el personaje más allá de la manipulación dramática, Mar abierto lo apostaba todo a los elementos que la hacían irresistible: una historia real, la insignificancia humana en la inmensidad del mar y el poder incontrolable de la naturaleza a través de un rodaje que potenciaba la inmersión colectiva junto a los personajes. Una experiencia breve pero aterradora que podemos encontrar 20 años después en el catálogo de HBO Max y Amazon Prime Video.

Este artículo fue escrito en exclusiva para Yahoo en Español por Cine54.

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