The Souvenir, parte II: Joanna Hogg cierra brillantemente su historia autobiográfica con un elogio del duelo como arte
The Souvenir, parte II (Reino Unido-Irlanda-Estados Unidos/2021). Guion y dirección: Joanna Hogg. Fotografía: David Raedeker. Edición: Helle Le Fevre. Elenco: Honor Swinton Byrne, Tilda Swinton, Ariane Labed, James Spencer Ashworth, Harris Dickinson, Joe Alwyn, Charlie Heaton. Duración: 107 minutos. Disponible en: HBO Max. Nuestra opinión: excelente.
The Souvenir (2019) fue, para su directora Joanna Hogg, un regreso al pasado; a su pasado y al de su propia profesión. Ambientada en los años 80, es la historia de Julie (Honor Swinton Byrne), una joven estudiante de cine que descubre el amor y la pérdida. Es una película intensa y luminosa, que alberga un nudo de tragedia que se desata al final, con la muerte del amante de Julie. Si bien aquella relación es íntima y apasionada, está atravesada por el propio aprendizaje de Julie de las coordenadas de la vida adulta, y eso la contagia de un pulso vital de crecimiento y de resiliencia. Anthony (Tom Burke), el amante, es un hombre encantador y algo oscuro, subyugante en su reserva pero atado a los fantasmas de la adicción y la muerte.
Con esa obra casi de renacimiento, Hogg impregnó su filmografía de una exploración autoral e íntima que ahora concluye en The Souvenir Parte II, una especie de acto final o epílogo de aquel relato privado y compartido con sus espectadores. El gesto de esta segunda parte es absolutamente moderno, en tanto pone en tensión el mundo de la vida y el del arte. Muchos directores de esa bisagra en el cine –ubicada en los años 60– pensaron la encrucijada entre esos dos mundos con sus idas y sus vueltas, sus hallazgos y reconocimientos. François Truffaut selló en La noche americana esa difícil relación, la vida como aquello sometido a la transformación y al deterioro; el cine signado por la inmortalidad y el principio de lo absoluto. Para Bernardo Bertolucci, algunas películas se inclinaban hacia la vida, hacia Parma, su padre poeta y su militancia política; otras hacia el cine, a la influencia de Godard, la herencia de Rossellini, su cinefilia exuberante.
El díptico de Hogg también puede pensarse en el centro de esa reflexión, un camino de encuentros y contradicciones. Julie debe transitar el duelo por la muerte de Anthony en sintonía con la preparación de su película de graduación, una vez concluido su tiempo como estudiante y con el horizonte de convertirse en directora. La vemos al comienzo en la casa de sus padres –Tilda Swinton, madre de la actriz, interpreta a su madre en la ficción- lidiando con las secuelas de la pérdida, algo desorientada, intentando acomodar su corta vida a un drama de tamaña envergadura. Pero Julie también debe lidiar con el intento de encontrar inspiración para su obra. ¿Es la vida entonces la que debe nutrir al arte? Y también responder a los interrogantes del deseo: ¿podrá volver a experimentar una intimidad tan ardiente y devastadora como la que vivió con Anthony?
The Souvenir Parte II está ambientada en el final de la década de los 80, y la sensación de clausura que invade la vida de Julie también se vislumbra en las imágenes de la caída del Muro de Berlín, en esa intuición que con el final de aquella década también asomaba una bisagra en la Historia. Hogg consigue amalgamar con maestría esas experiencias internas, extrañas a plasmarse en imágenes sencillas o en declaraciones transparentes. A partir de diversos registros, en fílmico y digital, la directora da cuerpo a la textura de la época, a las diferencias entre esa vida que Julie intenta descifrar y el cine que proyecta desde sus nuevas sensaciones, todavía incomprensibles.
En plena filmación, Garance (Ariane Labed), la actriz y compañera de estudios que representa su álter ego en la película que está dirigiendo, le discute las reacciones de su personaje. La respuesta de Julie proviene de su experiencia antes que de la construcción de la ficción, igual que los cambios entre el día y la noche –que tanto irritan al director de fotografía- sobrevienen como un eco, un recuerdo, inaccesible a la lógica y la planificación. En ese juego de conquistas y frustraciones, no solo Julie descubre lo que diferencia al andamiaje del cine del fluir de la vida, sino que reinventa su propia memoria y expande su propia poética. La cámara estática, enclave crucial de la obra temprana de Hogg, aquí encuentra su raíz emocional y su anhelado principio estético.
Pocas películas consiguen tanto con tan poco. Y The Souvenir Parte II consigue además estar a la altura de su extraordinaria predecesora y agregar una dimensión inusual en el cine autobiográfico, que consiste en profundizar en el ego sin caer en la condescendencia. Las escenas finales de la película exprimen de manera inusual esa sabiduría que Hogg alcanzó con los años y que ahora sitúa casi de manera inconsciente en sus años de formación. Un cine de gestos, de una plástica febril y dolorosa y de una madurez emocional excepcional.