La oportunidad perdida de la serie que no funcionó por la autocensura de Luis Miguel
En el séptimo episodio (de ocho) de la segunda temporada de 'Luis Miguel: la serie' los guionistas, en un acto de desesperación echan mano de todo lo que no utilizaron en los capítulos anteriores —que eran tremendamente aburridos— para tratar de llegar a la recta final con algo sustancial, pero es demasiado tarde y todo se está cayendo en pedazos.
En la línea de tiempo de 2007 —que ya podemos calificar de pura y absoluta ficción— Luis Miguel le hace una escena y un berrinche a Mauricio Ambrosi (es decir, Alejandro Asensi), acusándolo de haberle robado, porque así se lo han hecho creer y recordemos que en esta temporada, Luis Miguel actúa como un ególatra sin remedio (según los guionistas, con la bendición del propio cantante), por lo que Diego Boneta echa toda la carne al asador en su modo 'fulano insoportable', que junto con 'chavo buenaonda' y 'galán en aprietos' es una de las tres caracterizaciones que maneja como actor desde siempre, para echarle en cara a Ambrosi (Fernando Guallar, guapo, pero sin matices) que lo ha estafado. El otro se pone digno y se va; acto seguido, Luis Miguel decide averiguar si es cierto lo que se creyó y descubre la verdad, que ha sido su lacayo Joe (el argentino Juan Ignacio Cané) quien le ha estado robando.
"¡Y pensar que alguien tan idiota como tú me ha robado tanto!" le dice antes de decirle "Lárgate" y de un plumazo acabar de un modo completamente inane una de las subtramas que habían estado construyendo desde el primer capítulo. Aquí ya los guionistas estaban tan apáticos (o tan atados de manos, a saber) que hacen un caso ejemplar de mal guionismo: una resolución estúpida a un conflicto que se extendió demasiado. Desperdicio de todo y más porque esta escena no sucedió nunca en la vida real como se presenta en este capítulo.
Por otra parte, el salaz coqueteo entre Ambrosi y Michelle (Macarena Achaga, que nunca creció como actriz en esta serie y parece que sigue en un comercial de perfume) parece al fin dar fruto, aunque se cuelgue hasta el último cuadro y se sostenga con diálogos tan banales como "No, Michelle, no. Soy el mejor amigo de tu padre, no". Y esto es el colmo en una temporada que se ha distinguido por la ineptitud de los guionistas para dialogar, cayendo en el nivel de las peores telenovelas de Emilio Larrosa.
En la línea temporal de 1994 también hay bandazos, cómo no, así como el uso y abuso de medias verdades para tirar de una trama muy vencida. Como si Luis Miguel fuera un niño de 8 años, Patricio Robles (Pablo Cruz Guerrero, que está muy bien, pero solo falta que el director le diga "ríete como villanazo") lo manipula para que rompa con Álex McCluskey (César Santana) el sucesor de Hugo López, y lo nombre su representante. Luis Miguel, que en esta parte de la trama es presentado como un inmaduro y crédulo, obviamente cae, aunque antes pone a Robles (que, es claro, lo explotará o estafará, según veremos en el próximo capítulo) a confrontar al diablo en persona, la mismísima abuela Matilde (la gran Lola Casamayor, a la que solo le falta la escoba de bruja).
Por supuesto, esto es más falso que un billete de seis dólares. Nada de lo presentado —ni el intento de disuadir a Sergiño (Axel Llunas) de ser cantante mediante ensayos agotadores, ni la entrevista de Mercedes con la temible Cynthia Casas (la siempre estupenda Rocío Verdejo, en un personaje basado en la periodista Claudia de Icaza)— tuvo lugar.
Ya habíamos señalado que Matilde jamás visitó México, que el pleito de la custodia de Sergio se vio con abogados en España y que Claudia de Icaza nunca habló con ella para la realización de "El gran solitario", sino que se apoyó en otras fuentes. Pero aquí a los guionistas les da lo mismo y en nombre de la "licencia artística" (sic) se van por la libre con escenas innecesarias y situaciones absurdas (lo del contrato que la abuela firma con una palabrota, sin ir más lejos, es una falacia total: en todo caso "Gilipollas" es lo que los guionistas parecieran creer que es su público clave).
Lo único real que sucede más o menos como se presenta es el encuentro inicial entre Luis Miguel y Daisy Fuentes, que sería su pareja entre 1995 y 1998. En efecto, se conocieron para un programa de entrevistas, solo que no fue como lo presentaron: ni Jaime Camil y esposa estaban esperándolo en su penthouse con Érika (hoy Issabela) Camil para cenar (de hecho, Érika nunca vivió con Luis Miguel en la misma casa y en 1994 ya no eran pareja), ni fue en México.
La entrevista tuvo lugar en Nueva York, Luis Miguel era soltero, ella era todavía casada y aunque se especula que la relación tuvo su primer chispazo, la relación entre ellos no fue oficial hasta que fueron juntos a los premios Oscar en abril de 1995, y ella ya estaba divorciándose.
Siete capítulos de medias verdades, de oportunidades perdidas, de malos guiones, de escenas malogradas. La serie no funcionó, se advierte, y no ha construido el moméntum que originalmente llevó a la primera temporada a ser tan comentada y vista. Y queda claro quiénes tienen la culpa: no es la culpa de Diego Boneta ni el elenco que lo acompaña; es culpa de Luis Miguel por autocensurarse y de los guionistas por permitirlo, siendo complacientes hasta convertir lo que debería ser un reflejo sin precedentes de un ídolo, en un melodrama irrelevante.
MÁS HISTORIAS QUE TE PUEDEN INTERESAR:
¿Qué fue de Alejandro Asensi, el polémico exmánager de Luis Miguel?
Luis Miguel: el negocio que podría mantener su costoso estilo de vida ahora que no tiene voz
EN VIDEO: Diego Boneta revive las sombras del Sol de México en "Luis Miguel, la serie"