Hablemos del trauma infantil que nos dejó 'Indiana Jones y el templo de la perdición' hace 40 años

Sesos de mono, rituales demoníacos o sopas de ojos fueron algunas de las ideas demenciales que hicieron a esta secuela inolvidable

'Indiana Jones y el templo de la perdición' se estrenó hace 40 años en 1984, dejando huella en la memoria colectiva para siempre. (Foto de Paramount/Getty Images)
'Indiana Jones y el templo de la perdición' se estrenó hace 40 años en 1984, dejando huella en la memoria colectiva para siempre. (Foto de Paramount/Getty Images)

Por Pedro J. García.- Este año se cumplen 40 años de una de las películas más emblematicas de los '80s: Indiana Jones y el templo de la perdición. Cómo olvidarla... No solo dejó huella por ser la primera secuela de un personaje legendario del cine moderno, sino por haber impactado a una generación completa de espectadores inocentes. Fue una secuela tan, tan, tan demencial que tuvieron que inventarse una nueva calificación por edades para ella.

La segunda aventura del intrépido arqueólogo interpretado por Harrison Ford se estrenó oficialmente en mayo de 1984 y fue un éxito arrollador. No solo recaudó $333 millones en todo el mundo sino que fue la película más taquillera de aquel año (Fuente: The-Numbers). Un fenómeno que respondía directamente a la Indy-manía que había perpetrado la primera entrega, Indiana Jones y los cazadores del arca perdida, tres años antes. Ante el inmenso aniversario que celebra la secuela en 2024 se me ocurrió desenterrar de mi memoria sus imágenes más impactantes. Y no fue difícil, ya que sus escenas están grabadas a fuego desde que vi la película de niño (incontables veces), y de vez en cuando vuelven a mi cabeza como recuerdos de un pasado extraño que aun no me puedo creer que vivimos.

Sí, ya sé que suena dramático, pero es que lo de Indiana Jones y el templo de la perdición fue muy fuerte. Una auténtica locura en la que nadie supo -o se atrevió a- decirle a George Lucas y Steven Spielberg que estaban llevando las cosas demasiado lejos. Y menos mal, porque entonces no habríamos tenido una de las películas de aventuras más excesivas, surrealistas y sorprendentes de los '80, así como uno de los recuerdos cinéfilos más duraderos y levemente traumáticos de mi generación, la de los millennials ancianos.

Harrison Ford y Ke Huy Quan fueron las figuras inolvidables de esta secuela salvaje. (Foto de Paramount/Getty Images)
Harrison Ford y Ke Huy Quan fueron las figuras inolvidables de esta secuela salvaje. (Foto de Paramount/Getty Images)

Cucarachas y sesos de mono: una secuela que jamás olvidaremos

Lucas y Spielberg idearon en El templo de la perdición una secuela en la que todo era más grande, violento y terrorífico. La segunda misión del arqueólogo más famoso del cine nos llevaba hasta la India, donde Indy debía encontrar una poderosa piedra mística para ayudar a una aldea cuyos niños han sido secuestrados y esclavizados por un poderoso sacerdote con poderes de magia negra. Y a partir de ahí todo se volvía más oscuro y retorcido. Pero que mucho más.

Si bien Los cazadores del arca perdida ya incluía escenas terroríficas que nos seguirán persiguiendo toda la vida (inolvidable el rostro del villano Arnold Toht derritiéndose), Lucas y Spielberg decidieron tomar un camino diferente e incluso más arriesgado para la continuación, introduciendo elementos más macabros, como la esclavitud infantil, el sacrificio humano o el vudú, elevando considerablemente las dosis de violencia gráfica e introduciendo escenas sangrientas rara vez vistas hasta ese momento en una película de aventuras supuestamente para todos los públicos -y que de hecho tenía un personaje infantil, Tapón (Ke Huy Quan), como uno de sus protagonistas-.

Cuando cierro los ojos y pienso en El templo de la perdición, puedo ver con cristalina claridad sus escenas más extremas. Imágenes espeluznantes como el banquete en el que sirven platos de “alta cocina” como sesos de mono o sopa de ojos, o la escena en la que la compañera de aventuras y nuevo interés romántico de Indy, Willie (Kate Capshaw), mete la mano en un repugnante agujero lleno de insectos en una caverna y los protagonistas acaban cubiertos de cientos de bichos.

 

Y estamos hablando de los '80. Hoy en día, una escena así se haría indudablemente utilizando animación por ordenador, pero por aquel entonces, usaron insectos reales (al igual que en la primera parte emplearon serpientes reales), concretamente 50.000 cucarachas y 30.000 escarabajos procedentes de granjas de insectos de Londres (MentalFloss), que acabaron por todo el set de rodaje para el horror del equipo. La escena en sí resulta mucho más efectiva y asquerosa teniendo en cuenta que es real. De hecho, Capshaw estaba tan nerviosa que se tomó un Valium antes de hacer la escena. Da escalofríos y pica el cuerpo solo de pensarlo.

Pero la cosa no acaba ahí. El templo de la perdición nos reservaba lo más hardcore para su acto final. Muy icónicas son la persecución en las minas o la batalla en el puente colgante, pero igualmente memorables son el enfrentamiento a los guardias que acaba con uno de ellos aplastado con un rodillo de piedra (nunca olvidaré el sonido de sus alaridos mientras sus huesos son machacados y la imagen del rodillo girando ensangrentado); y sobre todo el clímax del sacrificio humano, en el que vemos al terrorífico villano Mola Ram sacándole el corazón con la mano a un hombre para a continuación mandarlo a un foso de lava para quemarlo vivo. Sádico es poco.

Las consecuencias del extremismo de Indiana Jones

Por todo esto, Indiana Jones y el templo de la perdición marcó un antes y un después en el cine comercial, llevando junto a Gremlins a la creación en Estados Unidos de una nueva clasificación por edades intermedia, la PG-13, para advertir a los padres de que la película contenía escenas que podían no ser aptas para los niños. La creación de esta calificación fue sugerencia del propio Spielberg, a raíz de las quejas por la violencia y el gore en dichas películas, ambas producidas por él. Pero claro, eran los '80 y esto no significaba nada para nosotros, sobre todo en países de habla hispana, donde éramos mucho más laxos con el tema de las calificaciones y con lo que los niños veíamos en el cine y en la televisión. Por mucho que dichas escenas me dejaran marcado, yo no podía dejar de ver la película una y otra vez. Me fascinaba.

Mola Ram se convirtió en uno de los villanos más oscuros jamás visto en el cine de aventuras familiar. (Foto de Paramount/Getty Images)
Mola Ram se convirtió en uno de los villanos más oscuros jamás visto en el cine de aventuras familiar. (Foto de Paramount/Getty Images)

Y por eso, a pesar de estar considerada como la peor entrega de la trilogía original (de la cuarta parte no hablamos), a día de hoy, El templo de la perdición se ha revalorizado considerablemente gracias a la nostalgia, y somos muchos los que la reivindicamos precisamente por su carácter arrojado, reflejo de una época en la que el cine sobreprotegía mucho menos a su audiencia, y cualquier cosa, por muy loca o perturbadora que pareciese, era posible. Actualmente hemos mejorado y corregido muchas cosas, sobre todo en cuestiones de diversidad, representación y responsabilidad social, pero en otras nos hemos pasado al extremo de lo excesivamente prudente, dejando muy atrás el riesgo y la temeridad en el cine comercial de entonces.

Si nos ponemos exigentes, es cierto que el film llega a pasarse de la raya en muchas escenas y hoy en día sería duramente criticado por su representación de la India; incluso el propio Spielberg reconoció con el tiempo no estar nada contento con ella porque se pasaron con la oscuridad y el terror. Pero precisamente es gracias a eso que ahora muchos la recordamos con cariño, por su retorcida imaginación y su brutalidad hasta ese momento no vista en una película. Cuando echamos la vista atrás, nos preguntamos cómo es posible que dieran luz verde a algo así, y que nuestros inocentes ojos lo vieran una y otra vez. Pero esa es parte de su magia.

Este artículo fue escrito en exclusiva para Yahoo en Español por Cine54.

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