Quién es Valentín Batista, el argentino que protagonizará este sábado la apertura de la temporada en el Teatro Colón
Feliz como quien cumple un sueño, así se siente Valentín Batista el día que pisa por primera vez el escenario del Teatro Colón para ensayar Carmen. El bailarín, de 27 años recién cumplidos, se incorporó al Ballet Estable en las audiciones del 1° de febrero y ya tiene su primer protagónico, nada menos que en la noche de apertura de la temporada, el próximo sábado. Será una novedad para el público habitué. Trae consigo el bagaje de una carrera como solista en la compañía de Texas, donde aprendió a “hacerse artista” bajo la influencia del gran Ben Stevenson.
Nada es casual. En la decisión de regresar a su ciudad, después de 13 años de perfeccionarse y comenzar su vida profesional en los Estados Unidos (entre Houston y Fort Worth), dos factores fueron determinantes: volver a estar cerca de su familia y el ingreso de Julio Bocca en la dirección del Ballet Estable del Teatro Colón, en cuyo Instituto Superior de Arte (ISA) comenzó su formación.
Entonces, cuando tuvo la certeza de que había sido elegido, cambió el parte de enfermo por una renuncia y se mudó a Buenos Aires, a la casa que hasta hace poco perteneció a su abuelo. Ahora, desde Villa Crespo, toma el subte B cada mañana para ir al teatro. Lleva sólo un mes y medio en la ciudad: “Hay cosas que son diferentes, no me termino de adaptar, pero recién llegué el 16 de febrero y el 18 ya empezamos a trabajar, así que ni siquiera terminé todavía de desarmar las valijas”, cuenta risueño. Quedaron para repatriar en un próximo viaje álbumes de fotos, libros que no quiere perder y otras cosas pesadas sin las cuales puede sobrevivir... por ahora.
“Quería ser parte”
Valentín se fue a los 14 a la escuela de Houston y no volvió. “A esa edad te crees grande, pero sos un bebé. Hoy lo veo y no entiendo cómo no tuve miedo de irme solo. Cuando terminé el curso de verano, me dieron un contrato. Enseguida llamé por teléfono a mi papá para contarle y me preguntó: ‘¿Y qué vas a hacer?’ ¡¿Cómo qué voy a hacer?! Me quedé, sin dudarlo. Después estuve dos años en la segunda compañía del Orlando Ballet, que de alguna manera fue como terminar mi formación, hasta que un maestro me avisó que en Texas Ben Stevenson tenía un lugar para un varón. Todos mencionaban que él es un ‘formador de artistas’, y comprobé que lo es. Mucho de lo que sé ahora es gracias a él”.
El hecho de que Julio Bocca estuviera en el Colón le prendió la llama. “Esa visión de crecimiento que tiene me superinteresa: leí que quiere poner al Ballet del Colón entre las mejores compañías del mundo y sentí que quería ser parte de eso. Cuando yo era chico, como le pasaba a la mayoría de los varones que querían ser bailarines, me decían ‘vas a ser el próximo Julio Bocca’. Ahora veo todo lo que puede hacer con su influencia”.
Contento y agradecido por la recepción que le dieron en la compañía, cuenta que comparte camarín con el primer bailarín Federico Fernández; a varios compañeros los conoce como el fan que sigue la carrera de sus artistas favoritos. Con otros, la relación es más cercana: fueron compañeros del Instituto.
Hasta aquí, en su repertorio de roles protagónicos Batista anota los príncipes de El cascanueces y el La Cenicienta, siempre en versiones de Stevenson, de quien además hizo pas de deux como Tres Preludios y End of Time. Con coaching de Luis Ortigoza y Julio Bocca, en las últimas semanas preparó el rol de Don José de esta Carmen, que le demanda como a todo el ballet un fuerte compromiso actoral. El trabajo cuerpo a cuerpo con su compañera, Natalia Pelayo, también fue clave para afrontar el desafío. “Es un personaje fuerte -admite–. La escena tan violenta del final es lo más difícil para mí, y también te cansa, es un drenaje emocional”. Algunas de las herramientas dramáticas que despliega para asumir el rol se las dieron sus padres, ambos actores, al frente de una sala independiente en Villa Crespo, Teatro Ñaca, en el lugar donde estaba la casa de su infancia; también lo ayudó su madrina, la actriz Emilia Mazer.
Valentín se acuerda de que cuando era chico y vio con la escuela Pedro y el lobo, el cuento sinfónico de Sergei Prokofiev, en una visita al Teatro Colón, volvió a su casa asegurando que alguna vez bailaría en ese escenario. Una ocurrencia verdaderamente premonitoria, tanto que en ese momento ni siquiera había empezado a estudiar danzas. “Hubiera sido más raro que volviera impactado por el edificio y dijera que quería ser arquitecto –se ríe-. La verdad es que siempre quise pararme acá, ¡qué ganas de esto!“, suelta, como quien cumple un sueño.