La vejez de Indiana Jones esconde un mensaje emocionante del que nadie habla
Indiana Jones está viejo y no es ningún misterio. Harrison Ford ventila sus 80 años con orgullo a lo largo de Indiana Jones y el dial del destino, a través de una historia que no disfraza su edad sino que la utiliza como punto central de toda la trama. Sin embargo, a varios días del estreno de la quinta y última película, todavía me sorprende que se haya hablado largo y tendido de la vejez del personaje a través de la superficialidad que reflejan las arrugas del actor, sus andares encorvados, sus escenas montando a caballo o sin camiseta, pero nadie diga nada sobre el mensaje más emotivo y especial de toda la película. Ese que nos remueve el alma en el acto final y hace que Indiana Jones se despida derrochando ternura.
El entusiasmo general por volver a otra aventura de Indiana Jones estuvo teñido de dudas desde que supimos que Harrison Ford volvería con casi 80 años. ¿Podría interpretar de nuevo al arqueólogo más intrépido del cine y convencernos en el intento? Después de todo, Indiana Jones y la última cruzada (1989) ya había planteado la idea de que los veteranos necesitaban asistencia y rescate cuando Sean Connery interpretó a su padre con 20 años menos. Sin embargo, los implicados en la secuela encontraron el camino de hacerlo factible al abrazar la tercera edad de su protagonista como parte intrínseca de la narrativa. Y así construyeron una trama en torno a la jubilación de Indy y una última aventura que deja en evidencia su naturaleza osada sin olvidar la irrealidad pomposa que siempre destiló la saga.
Por ejemplo, cuando Indiana Jones y el dial del destino estrenó sus primeros tráileres, lo primero que el mundo destacó a la unísono fue la edad del protagonista. Normal. Por mucho que supiéramos que Harrison Ford era casi octogenario cuando rodó la película, el recuerdo global del personaje de hace 42 años enseguida despertaron la nostalgia, las comparaciones y las dudas. Más tarde, cuando la película se estrenó en el Festival de Cannes, una periodista le dijo “sigues siendo muy ‘hot’”, haciendo referencia a la secuencia inicial donde el actor muestra el torso desnudo sin esconder las imperfecciones que se van moldeando con el paso del tiempo. Fue un momento ‘trágame tierra’ que evidenció la naturaleza superficial que despierta cualquier mención a la vejez, y donde la cara de Harrison Ford lo dijo todo.
A reporter at #Cannes told Harrison Ford: "I think you're still very hot."
Ford replied: "Look, I’ve been blessed with this body. Thanks for noticing!"https://t.co/c6p4UXtM4X #Cannes #IndianaJones pic.twitter.com/yuUfSQblOq— Variety (@Variety) May 19, 2023
A su vez, el actor y director James Mangold mantuvieron en diferentes entrevistas el deseo de representar con fidelidad la nueva etapa del personaje a través de realidades comunes de la edad. Y entre todo esto fue noticia que Harrison Ford contara que se había quejado de que tres especialistas lo rodearan para que no se cayera de un caballo durante el rodaje. “Déjenme en paz de una p*ta vez. Soy un viejo que se está bajando de un caballo y quiero que se vea así”, contó a Empire.
Sin embargo, todo esto no hace más que reflejar el aura superficial que rodeó al estreno, enfocándonos de manera generalizada en las arrugas y la vejez del personaje desde el plano de las apariencias y el temor humanamente cotidiano al paso del tiempo, que en el mensaje emocional que había detrás de todo esto.
Porque la película no se trata de eso. Al menos, no en el fondo. Por mucho que nuestros ojos vean a un Indy avejentado, que se queja de la edad trepando cuevas de Sicilia y lamente con resignación que los años de aventuras se habrían terminado (pero estaba equivocado), la película ofrece una mirada sentimental mucho más profunda. Un mensaje que no solo está delante de nuestra narices cuando la vemos, sino que vivimos, sentimos y experimentamos desde lo más profundo en el último minuto. Pero del que nadie habla…
Indiana Jones y el dial del destino nos cuenta que Indiana Jones está solo y en proceso de separación. Que después de sentar la cabeza con Marion (Karen Allen) y formar una familia al final de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008), la relación se había derrumbado tras la muerte de Mutt (Shia LaBeouf). Indiana jones le cuenta a su ahijada Helena (Phoebe-Waller Bridge) que su hijo murió después de enlistarse en la guerra para llevarle la contraria, y que su muerte separó a la pareja ante las formas diferentes con las que cada uno lidió con la tragedia.
Y así, Indiana se queda solo y tan resignado a la cotidianidad solitaria que ya no enseña clases con la misma pasión de antes. Vive en un apartamento diminuto, incómodo con un vecino ruidoso que lo ridiculiza por su edad, y no hace nada para cambiar sus circunstancias. Incluso lo vemos en el día de su jubilación, dándole exactamente lo mismo. En otras palabras, Indiana Jones vive en el limbo de la soledad, de la tristeza que arrastra el dolor con su naturaleza aventurera aplastada por la tragedia. “Esos días quedaron atrás”, le dice a su amigo Sallah (John Rhys-Davies) cuando le recuerda con añoranza sus años de aventuras.
Poco a poco (y a lo largo de dos horas y media que se hacen eternas por estirar el chicle más de la cuenta) van construyendo una trama que nos habla, únicamente, del paso del tiempo. Del antes y el después (con las criticadas secuencias de Harrison Ford digitalmente rejuvenecido) y con una aventura sobre viajes en el tiempo. Y así, entre persecuciones, nazis y una acto final que destila la magia arqueológica de las primeras películas, llegamos al desenlace que pone la guinda al mensaje de la película.
ATENCIÓN SI NO VISTE LA PELÍCULA: A CONTINUACIÓN SE DETALLAN SPOILERS DEL FINAL
Dándose cuenta que viajaron siglos antes de Cristo, Indiana Jones quiere quedarse. Están en medio de una guerra histórica y el arqueólogo tiene una herida de bala que no sobreviviría en aquella época. Pero él quiere quedarse. “¿Por qué?”, le pregunta su ahijada. Porque no tiene a quien volver, le responde Indy. Ya no hay nadie esperándolo o con quien compartir su vida. Está resignado a la soledad en la tercera edad. Su presente, en realidad, es la sombra del hombre que fue con demasiados recuerdos tristes que lo llevan a beber solo en un bar.
Sin embargo, su ahijada toma cartas en el asunto y se encarga de llevarle la contraria, devolviéndolo a su época y evitando que cambie el curso de la historia. Y así, en este plano irreal que exige que dejemos todo el escepticismo en casa (como pedían todas las películas de la saga), llegamos a un final donde Indiana se reencuentra con Marion. No sabemos cómo pero Helena se encarga de reencontrarlos, viviendo una secuencia de reconciliación que termina por definir la importancia de la compañía a lo largo de la vida, sobre todo en la tercera edad. De la importancia de la familia o los seres queridos como verdadero legado que nos queda con el paso del tiempo. En el caso de Indy, en la figura de Marion, el reencuentro con su ahijada y su amigo Sallah junto a su prole de nietos.
De esta manera, Indiana Jones y el dial del destino nos termina hablando del peso de la soledad en la vejez, de la resignación que se arrastra cuando las experiencias dolorosas se convierten en obstáculos vitales. Sin seres queridos que validen tu existencia, olvidados y apartados de la sociedad por el desprecio juvenil hacia la vejez (en la piel del vecino), por la jubilación o las vueltas de la vida.
Entre aventuras y situaciones imposibles, Indiana Jones refleja la importancia de la compañía en la tercera edad. Del amor en todas sus edades y formas. Y lo hace en ese final rodeado de seres queridos que quieren estar a su lado, emocionando a Indy ante la vida que le espera por delante tras volver del pasado. Pero, sobre todo, con esa reconciliación que imita el beso de Indy y Marion en Los cazadores del arca perdida(1981) besándose donde no les duele, normalizando el amor a cualquier edad mientras no podemos evitar esbozar una sonrisa ante la ternura del momento.
Por eso me sorprende que no estemos hablando de todo esto. Que solo se haya hablado de la vejez superficial, las arrugas y lo poco creíble que resultan las aventuras de un Indiana Jones octogenario. Porque me parece la secuencia más emotivamente reconocible para los espectadores adultos que crecimos con la saga a lo largo de cuatro décadas. Porque podemos sentir en nuestras propias carnes el reflejo del paso del tiempo a través de Indy. Tanto en nosotros mismos como en nuestros padres o abuelos.
Quizás por este motivo Indiana Jones y el dial del destino no está siendo el taquillazo esperado habiendo recaudado $247.9 millones a nivel global hasta el momento, cuando Disney habría gastado $300 millones en hacerla (y cuando las cosas se ponen grises con Misión Imposible, Barbie y Oppenheimer a la vuelta de la esquina). Porque solo aquellos que vivimos la saga y crecimos con ella podemos dejarnos atrapar por su mensaje sobre la validación vital a cualquier edad. Sobre la importancia del amor, la compañía y la familia cuando acecha la soledad. Sobre todo, esa que impone una sociedad que mira hacia otro lado como si la tercera edad fuera algo ajeno a nuestro futuro.
Pero, sobre todo, por la ternura de su final después de ser testigos de la soledad de Indiana Jones. Y por algo tan sencillo como haber crecido a su lado, sintiendo el paso del tiempo y la aparición de arrugas a su lado.
Este artículo fue escrito en exclusiva para Yahoo en Español por Cine54.
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